XV o primeros años del XVI. Los expertos están acordes en afirmar que el de La Laguna es uno de los grandes Crucificados europeos de todos los tiempos. Se mantiene en excelente estado de conservación, que asombra más aún si se tiene en cuenta que la venerada imagen viene siendo paseada en devota procesión varias veces al año desde poco después de haber llegado a la isla: durante la Semana Santa y en su fiesta mayor de septiembre, coincidente con la de la Exaltación de la Cruz, a las que hay que sumar las numerosísimas ocasiones en que el pueblo fiel lo ha sacado en rogativa ante amenazas o calamidades o en acción de gracias por favores recibidos.

Esta representación escultórica de Cristo clavado en la Cruz emana una serenidad singular. Es una imagen que propicia la comunicación del creyente con Él. Inspira confianza y atrae. En ella, como diría Romano Guardini, Dios se hace presente de manera cercana e incita al diálogo íntimo. El pueblo, con su sabiduría, lo expresa de muy ajustada manera en esta hermosa y sencilla copla:
Al Cristo de La Laguna
mis penas le conté yo.
Sus labios no se movieron
y sin embargo me habló.

Los vaivenes de la historia no han quebrado a lo largo de casi medio milenio tan fiel comunicación afectiva, ese entrañable entendimiento que se mantiene vivo en los profundos y misteriosos vericuetos del sentir popular; la correspondencia de las gentes a “los cariños de este Señor”, como de manera muy expresiva definió tan sutil relación el padre José María Argibay, sacerdote franciscano exclaustrado, en su Librito de 1867.

Sobre quiénes fueron el artista que talló esta imagen de Jesús Crucificado y el que acertó a policromarlo con tanta delicadeza como maestría tampoco hay datos indubitables. Hasta fecha relativamente reciente los estudiosos se inclinaban por la procedencia sevillana más que por la flamenca, que es la que ha terminado por imponerse. Para varios expertos, encabezados por el profesor Galante Gómez, el autor sería un hasta ahora desconocido escultor brabanzón de nombre Louis van Der Wule. A esta conclusión llegaron en el estudio interpretativo de los signos que recorren las orlas superior e inferior y pliegues del perizonium o paño de pureza de la sagrada efigie, entre dos líneas rojas en ambos ribetes, en los que alternan letras y cifras, en tipografía capitalis humanistica en azul de Prusia, con flores estilizadas. Es precisamente en uno de los pliegues donde han querido ver el nombre del autor y la fecha de ejecución: “PI[VS] F[ECIT] L[OUIS] D[E]R VVLE & CXIIII”.

Sin embargo, como ha manifestado el profesor Michael Rief (Suermondt-Ludwig-Museum Aachen), aparte de que éste sería un caso excepcional –el registro del autor y el año de ejecución– en la estatuaria flamenca del gótico tardío, el nombre de L[OUIS] D[E]R VVLE u otro similar no se han encontrado en los archivos neerlandeses ni en los registros de los maestros activos en Amberes ni en las relaciones de los de Brujas o Lovaina. Y, por otro lado, la restauradora Dra. Myriam Serk-Dewaide, del Instituto Real de Patrimonio Artístico de Bruselas (KIK-IRPA), que encabezó el equipo de profesionales que realizaron la limpieza y restauración de la escultura entre 2011 y 2012, ha expresado el convencimiento de que dichos caracteres suelen tener una función solo decorativa, sin otra significación. El enigma, pues, se mantiene. Los intentos de descifrar las letras no son nuevos ni recientes. Desde el siglo XVII hay interpretaciones, la mayoría de tipo piadoso, entre ellas la atribuida al obispo de la diócesis canariense don Bartolomé García Jiménez, sin que hayan faltado intentos de paleógrafos eminentes, empezando por el ilustre maestro de la Paleografía española del siglo XX don Agustín Millares Carlo.

La espléndida policromía que recubre la talla se ha mantenido en condiciones excepcionales de conservación en el noventa por ciento de su superficie. A juicio de muy cualificados especialistas, el procedimiento y los materiales empleados dan a entender de manera inequívoca que es obra de un maestro estofador y pintor de primerísima línea vinculado a un taller probablemente centroeuropeo septentrional, que para la profesora Seck- Dewaide cabría situar en la Bruselas de finales del siglo XV. En todo caso, las dudas se mantienen. Es sabido que no pocas tallas de los Países Bajos se estofaron y policromaron fuera del lugar de origen, incluso en España, algunas por maestros flamencos emigrados. Como recalca la mencionada profesora, “era habitual [en lo que al policromado se refiere] la cooperación entre ciudades diferentes, incluso geográficamente distantes”.

La acción del tiempo, intensificada por la acumulación de materias extrañas (humo de cirios y otras luminarias, polvo, humedades, agua de lluvia y para la limpieza, aceites varios, pirotecnia, etc) a lo largo de cinco siglos había fijado sobre la escultura una capa de suciedad, que terminó por ennegrecerla casi por completo, al punto de haber dado pie a expresiones como “Cristo moreno”. Como ya se ha indicado, un equipo multidisciplinar de especialistas de Bélgica, España y Francia, expertos en imaginería de los Países Bajos del último gótico, asumió entre octubre de 2011 y la primavera de 2012 la responsabilidad de limpiar y restaurar el santo Crucifijo. Su labor se centró en la eliminación de la suciedad mediante técnicas de mucha precisión que no afectaran a la policromía, y en la reintegración de algunos materiales plásticos perdidos. El excelente estado de conservación de la efigie facilitaba una intervención muy respetuosa y para nada agresiva. Los trabajos dejaron finalmente al descubierto una policromía de insospechada calidad artística, que se ha relacionado con los pinceles de los primitivos flamencos y más concretamente con los del maestro Roger va der Weyden. Para el arte flamenco de la época, la policromía no era un simple complemento; tenía similar importancia a la de la obra escultórica.

Recuperada plenamente para la devoción y para el arte, la imagen del Cristo de La Laguna vuelve a mostrarse en su primitiva grandeza, sublimada por la tenue pátina que en el correr de medio milenio han ido depositando la fe y la devoción del pueblo cristiano y fue respetada.
Para fomentar su culto se estableció en el siglo XVI una cofradía compuesta por hombres y mujeres, de la que ya hay noticia que existía en 1589. Al crearse en 1659 una nueva hermandad formada solo por hombres, que se autodenominó Esclavitud, aquella acabó por ser absorbida.

A la actual Esclavitud, muy numerosa y pujante, le otorgó el monarca español Don Alfonso XIII el título de Real, con motivo de la visita que hizo al santuario en 1906. Dos años más tarde, mediante rescripto papal de san Pío X de 15 de febrero de 1908, le fue concedido el de Pontificia, que, con el anterior, unió al de Venerable, que poseía desde su constitución canónica. Tanto el Santo Padre como el jefe del Estado español ostentan desde entonces el título de Esclavo mayor honorario de la Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna.

Eliseo Izquierdo Pérez
Cronista Oficial de San Cristóbal de La Laguna
Escrito redactado con motivo de la solicitud del Año Santo Jubilar a su Santidad el Papa Francisco.