Para mi la vida es Cristo 

Lo que era para mí era ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo.

(San Pablo. Carta a los Filipenses. 3, 7-8)

De nuevo, un año más, con la llegada de septiembre tenemos una cita en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna para celebrar la Fiestas en Honor del Santísimo Cristo. Los festejos, que prácticamente duran todo el mes, son ocasión para que la “Ciudad de los Adelantados” se vista con sus mejores galas y para que, junto con las celebraciones religiosas, se desarrollen los más variados actos culturales, deportivos, musicales y lúdicos en general. Todo ello para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, representado en la singular imagen del Santísimo Cristo de La Laguna que se guarda y venera en el Santuario que lleva su nombre, bajo la custodia de los Padres Franciscanos y de los fieles laicos de la “Pontificia, Real y Venerable Esclavitud”.

El día culminante de las fiestas es el 14 de septiembre, que coincide con la celebración en todo el mundo de la Exaltación de la Santa Cruz. En este “Día del Cristo” la ciudad de La Laguna proclama su fe y amor a Jesucristo con la celebración de la Misa Pontifical en la Santa Iglesia Catedral y la solemne procesión del mediodía, que se prolonga horas después en la procesión de la noche con los fuegos artificiales. Además, este día central, está precedido por los cinco días de preparación con el Quinario en la Catedral y se continúa posteriormente con el Octavario, una vez que la Venerada Imagen ha regresado a su Santuario.

Este año 2008, la tricentenaria Esclavitud del Santísimo Cristo de la Laguna está cumpliendo el Primer Centenario desde que el Papa San Pío X le concediera el título de “Pontificia” (15-2-1908), un título que, aparte de honrarla, le vincula muy especialmente con el Papa y su misión apostólica al frente de toda la Iglesia; es decir, llevar el título de “pontificia” compromete a la Esclavitud a orar por el Papa, a seguir fielmente su magisterio, a secundar sus iniciativas, a defenderle y apoyarle en cualquier circunstancia. Un título “honra” a quien lo tiene, sólo si “hace honor” a lo que dicho título significa.

Precisamente, hablando del Papa y de nuestra fidelidad a él, las Fiestas del Cristo de este año 2008 vienen enmarcadas por dos importantes acontecimientos de la Iglesia Universal que iluminan el Misterio de Cristo y nos pueden ayudar a celebrar con mayor profundidad estas fiestas en honor del Santísimo Cristo. Por un lado está la celebración del “Año Paulino” (dos mil años del nacimiento del apóstol San Pablo) que se inició el pasado 29 de junio y, por otra parte, la Asamblea del Sínodo de Obispos que se iniciará de comienzos de octubre próximo para tratar el tema de “La Palabra de Dios en al vida y la misión de la Iglesia”. Dos acontecimientos promovidos por el Papa Benedicto XVI que afectan a toda la Iglesia y en los que hemos de participar activamente para que redunden en beneficio nuestro y de todos los católicos.

El propio Benedicto XVI ha dicho recientemente: “Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. Por esto he querido convocar este especial “Año paulino”: para escucharlo y aprender ahora de él, como nuestro maestro en la fe y la verdad”.

Si, “nuestro maestro en la fe y la verdad”. Ciertamente, nadie como San Pablo ha profundizado tanto en el conocimiento de Cristo y nadie como él ha amado tan apasionadamente a Jesucristo. En sus 14 cartas, que son Palabra de Dios y que se leen asiduamente en nuestras  celebraciones litúrgicas, nos ha dejado la mejor enseñanza que existe sobre quién es Cristo y sobre el significado de su vida, muerte y resurrección para todos los hombres de todos los tiempos; también para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del siglo XXI. Baste recordar la síntesis de su credo, que sigue siendo hoy el Credo de la Iglesia, tal como la escribió en la segunda carta a los Corintios: “Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1Cor. 15, 1-4).

En cualquiera de sus cartas, cuando San Pablo pronuncia el nombre de Cristo se le ensancha el corazón y sus labios rebosan de sabiduría para hablar de Jesucristo, su Señor, por el cual lo perdió todo, incluso la vida. Por eso, sus afirmaciones no son palabras vacías de contenido, sino expresión de una experiencia profunda de amor a Cristo: “Para mi la vida es Cristo”, les dice a los filipenses y a los gálatas les confiesa: “estoy crucificado con Cristo y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Asimismo, para Pablo la superioridad de Cristo es incuestionable, como pone de manifiesto en la carta a los Colosenses:

El es imagen de Dios invisible,

primogénito de toda criatura;

porque por medio de El

fueron creadas todas las cosas:

celestes y terrestres, visibles e invisibles,

Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;

todo fue creado por El y para El.


El es anterior a todo, y todo se mantiene en El.

El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.

El es el principio, el primogénito de entre los muertos,

y así es el primero en todo.


Porque en El quiso Dios que residiera toda la plenitud.

Y por El quiso reconciliar consigo todos los seres:

los del cielo y los de la tierra,

haciendo la paz por la sangre de su cruz.

 

(San Pablo. Carta a los Colosenses. 1, 15-20)

Pero, por encima de todo, San Pablo nos da testimonio del impacto que supuso para su vida el experimentar el amor de Cristo hacia su persona y para con todos los hombres. A propósito de esto decía el Papa en la apertura del Año Paulino: “En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida «Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él- a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo”.

Que bueno y benéfico sería para nuestras vidas si tuviéramos la fe y el amor de San Pablo por Cristo. No dudemos en pararnos ante nuestro Santísimo Cristo de la Laguna y pedirle nos conceda una fe así y tengamos el atrevimiento de proclamar: No es nada todo ante la sublimidad del conocimiento de Jesucristo, mi Señor. “Para mí la vida es Cristo”.

Tenemos en nuestras manos el Programa de Celebraciones de las Fiestas del Santísimo Cristo de la Laguna. Pero todos estos actos no son un fin en sí mismos, sino que están al servicio de todos y cada uno de nosotros para que, cómo San Pablo, nos dejemos alcanzar por el amor de Cristo y seamos transformados por El.

Sólo honramos a Cristo cuando acogemos lo que El nos ofrece y hacemos lo que El nos pide. Lo más importante de las fiestas no es lo que nosotros hacemos, sino lo que hace Cristo. El verdadero programa no es el de los actos que aquí se detallan, sino el que Cristo hace para tu vida y la mía. Él es quien nos hace el programa de lo que quiere de nosotros, no sólo para estos días de fiesta sino para toda la vida.

† Bernardo Álvarez Afonso

         Obispo Nivariense