LA LAGUNA La Morenita y el Cristo: el encuentro más esperado

Hasta el tiempo se alió para que la plaza del Cristo acogiera la misa que puso el broche de oro a la peregrinación de la Patrona a Santa Cruz y La Laguna. Si esperado era el momento de la llegada de la Virgen de Candelaria a la ciudad episcopal ya desde que la imagen se "alongó" por Finca España a Aguere, los laguneros anhelaban la celebración de anoche: el encuentro entre la Morenita y el Cristo lagunero.

La amenaza meteorológica que planeó en las últimas 48 horas obligó al delegado diocesano para la visita al área metropolitana, Jesús Agüín, a apurar hasta el último minuto para decidir, a las 18:00 horas -justo el momento en que estaba prevista la salida desde la Catedral-, si se llevaban a cabo todos los actos como estaba previsto. Así, a las 17:00 horas, Agüín presidió la última eucaristía a los pies de la Patrona y, al término, preguntó a los feligreses presentes: "¿Llueve? No. Pues salimos...", para luego formalizar la consulta con el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, que ratificó los planes.

Con una Catedral llena de feligreses, el jefe de los voluntarios, Pedro López, marcó el inicio del traslado. El magisterio de Antonio Díaz Herrera, apoyado por Antonio "Tato" Regalado, marcó la maniobra de salida del presbiterio para enfilar el pórtico de la Santa Iglesia Catedral. La Laguna volvía a oler a incienso y a latir con el tañer de las campanas, que sonaban ayer con sabor a toque añejo, a tradición. Tras los tres vivas de rigor que lanzó Agüín, la Virgen se asomó a la plaza entre los aplausos del numeroso público que esperaba en el exterior, momento en que algunas voluntarias aprovecharon para deshacerse en besos hacia los máximos responsables políticos: el presidente del Cabildo de Tenerife y el del Gobierno de Canarias (y alcanzó hasta el alcalde de La Laguna). De gran plasticidad fue la estampa de la imagen en primer plano y, al fondo, sobre ella, las bóvedas catedralicias, de color cemento como resultado de las obras de restauración realizadas años atrás en el templo. Y la pregunta de algunos... que se interpelaban en relación a la próxima peregrinación: "¿Qué será de nosotros dentro de 14 años?".

Una escena más humana, pero igual de llamativa: el paseíllo que formaron los centenares de voluntarios, que abrían paso en la calle de La Carrera. Encabezando el cortejo, los seminaristas, seguidos de una decena de sacerdotes, y entre ellos, Julián de Armas -el deán de la reforma de la Catedral- con paraguas en mano por temor a que el tiempo no respetara la tregua. Y avanzaba la Virgen, vestida de azul celeste y amarillo, ante la atenta mirada de Jaime Estévez, su camarero desde hace 27 años, y de otro de los compañeros inseparables de este "viaje": el padre dominico José Ramón (que por la mañana había aprovechado para comprarse un chubasquero). Algunos ojos se seguían dirigiendo al cielo, mientras que la Morenita ya llegaba a la plaza del Adelantado. En la despedida, el delegado para la visita quiso tener dos detalles con los monasterios de vida contemplativa. Por este motivo, el paso entró al convento de Las Catalinas, donde su superiora, sor María Inés, emocionada, recordaba que su nombre en la vida seglar fue Candelaria, precisamente por una promesa de sus padres.

Ya por la calle del Agua, la talla mariana llegó hasta el monasterio de Las Claras, otro encuentro emotivo con uno de los "pulmones de la Diócesis", como define Jesús Agüín a estos conventos. En la oficialmente denominada "calle Ernesto Ascanio y León Huerta", más popularmente conocida como el "callejon de las monjas claras", se congregaron centenares de personas que, gracias a la megafonía, pudieron seguir la celebración. La madre abadesa, sor María del Pilar, expresó: "Tu corazón, Madre, es un monasterio, un claustro", para presentarle un corazón que simbolizaba a las once religiosas de este recinto, pidiéndole su protección. Antes de que el capellán dijera "adiós y hasta siempre desde este monasterio" a la Virgen de Candelaria, las clarisas entonaron un himno que compusieron con letra y música para la ocasión. La emotividad estaba a flor de piel, pero era la solamente antesala de lo que estaba por llegar.

La Patrona enfiló la calle Viana, pasó por el Asilo de Ancianos, desde donde ya se escuchaba al vicario de La Laguna, Juan Antonio Guedes, entregado con vivas "al Santísimo Cristo de La Laguna". Fue una estampa idílica para el creyente, incluso hasta para el amante de eso que Unamuno llamó "intrahistoria". Por Viana llegaba a la plaza la Virgen de Candelaria; desde el antiguo convento franciscano, el Crucificado Moreno. Ambos avanzaban como a cámara lenta, como en uno de esos encuentros de las madrugadas de la Semana Santa, hasta que al final quedaron a unos pocos metros. Hubo también un instante en el que la Patrona aceleró el ritmo (y probablemente el corazón de más de un espectador).

En la antañona Aguere se "oyó" el silencio. Y allí, con la Morenita y el Cristo -los dos grandes imanes de fe de la Isla- juntos y a escasa distancia... la emoción. Una mujer de unos 70 años, embargada por el sentimiento, decía revivir el fallecimiento de su hijo hace seis meses, mientras que una madre joven agarraba con cada mano a sus hijos pequeños y, mientras avanzaba por el pasillo central, no podía reprimir las lágrimas, como encomendándose a la Virgen de Candelaria y al Cristo lagunero. Una escena desgarradora.

Se incorporaron en ese momento algunas autoridades locales de Candelaria, a las que saludó Bernardo Álvarez antes de presidir una eucaristía en la que el Coro Epifanía y el Orfeón La Paz demostraron, al igual que en la despedida de 2009, su buen hacer musical.

Fue un acto solemne "tapizado" por 6.000 sillas y otros miles de fieles que lo siguieron de pie. A su conclusión, un agradecimiento del obispo a los voluntarios -a los que llamó "ángeles custodios" de la visita-. Tocaba entonces poner rumbo a Geneto y emprender la que es, acaso, la parte más dura del traslado de la Morenita: el peregrinar en mitad de la noche hacia la Villa Mariana. Ya volviendo sobre sus pasos, en el balcón del Asilo de Ancianos, cantó la herreña, afincada en Candelaria, María Mérida, considerada una de las grandes voces del Archipiélago. Y otra vez la emoción.

El Dia  28/10/2018