D. Juan Pérez Delgado (NIjota)

En algún rincón de la Plaza de San Francisco han sido ya dispuestas las potentes recámaras y en la espadaña del Real Santuario del Cristo de la laguna están tensas las cuerdas de las campanas, para responder a los estampidos con sus más alegres repiques del año. Las ondas sonoras de estas secas explosiones de la pólvora y, de estas agudas vibraciones de los bronces del campanario tienen. Ese acierto, un limitado alcance, que no sobrepasa el ámbito de la ciudad. Pero son sonidos de tan remota tradición, que su eco repercute emocionadamente en todos los corazones laguneros, aunque el oído no logre percibirlos. Es así como, a través de una larga hilera de años

Cuyo inicio se pierde en la noche del tiempo, La Laguna anuncia, desde la plaza y la torre de San Francisco, el comienzo del mes de septiembre. Porque éste es el mes de nuestro Cristo, que vale tanto como decir el mes lagunero por excelencia. Recámaras y. repiques son, pues, la vieja costumbre de anunciar las fiestas. Y a nosotros nos sigue pareciendo la más adecuada y la más puesta en razón.

Si septiembre es el mes del Cristo de La Laguna y si el homenaje anual de la isla a la histórica y venerada Imagen constituye la fiesta mayor de la ciudad, ¿que mejor anuncio, pregón o propaganda que el del repique y la pólvora? El primero nos invita a asistir a unos cultos suntuosos en que se pone de manifiesto el acendrado amor de La Laguna a su Cristo y la gran devoción tinerfeña a esta bella Imagen del crucificado. La segunda es como un leve y jubiloso anticipo de las grandes exhibiciones pirotécnicas del día 14, culminación brillante, máximo atractivo de los esparcimientos populares que integran el programa de las fiestas. Porque el inenarrable acto-mitad religioso, mitad pagano-de la Entrada no han podido ser igualado ni superado en ninguna otra localidad isleña, merced a las características especiales que solo se dan hasta ahora en La laguna. Citamos para demostrar la verdad de ‘nuestra afirmación, algunas de estas, características. Son ellas: la importancia de la ciudad, la segunda en número de habitantes de la isla; la extensión del espacio urbano, dotado de anchas largas vías, lo que implica comodidad y facilidades par grandes afluencias de forasteros; el gran perímetro de la plaza de San Francisco, la mayor de Tenerife, totalmente aprovechable para el estacionamiento de público; la proximidad de La Laguna a la capital de la provincia, lo que permite el cómodo y barato desplazamiento de los habitantes de Santa Cruz. lográndose así el mayor porcentaje de concurrentes de la isla a las fiestas laguneras Por la conjunción de dos censos de población que suman un total de ciento cincuenta mil personas; y, por último, el hecho más ,trascendente: el de ser nuestro Cristo, una de las tres Imágenes sagradas de más general y arraigada devoción en nuestra tierra, por lo que su fiesta alcanza el perfil popular, pintoresco, emotivo y alegre de nuestras grandes romerías refinado y avalorado por el rango y la importancia de la ciudad y robustecido por las características especiales que apuntadas dejamos.

He aquí, pues, como estas palabras esparcidas a los cuatro puntos cardinales por el más misterioso y moderno de los medíos de difusión (se refiere a la radio), acaso huelguen si solamente se trata de pregonar las excelencias de las Fiestas del Cristo de La Laguna, de anunciar su inminente celebración, de ponderar la brillantes extraordinaria que prometen revestir este año. El bello refrán de que “el buen paño en el arca se vende” sigue siendo válido para nuestro caso. Las fiestas de La Laguna tienen ya sobrada tradición y fama para que necesiten de otro anuncio, que el del simple almanaque, en el que el nombre y cifras de este mes recuerdan a todos les tinerfeños una devoción antigua y honda y unos festejos llenos de esplendor, animación y colorido que reclaman su visita en los próximos días a la vieja ciudad de los Adelantados.

Pero lo cierto es que quienes tienen sobre sus hombros la responsabilidad del éxito de estas fiestas, y en la ímproba labor ponen todo su entusiasmo, su experiencia y su patriotismo localista, nada desdeñan que pueda consolidar y superar el logro del noble empeño. Por esto, a las consuetudinarias formas de la propaganda, tales como las recámaras y repiques, la edición del programas en folletos, la fijación de vistosos carteles anunciadores, la profusión de informaciones y avisos en la prensa diaria, la reaparición del pregón callejero a la antigua usanza, -en heraldos y pregonero .espectáculo ya por si mismo.-, han venido a incorporar el poder propagandístico de la radio, ese moderno mueble animado que va inspirado una bella crónica al conde de Fosá y que llena de notas y palabras nuestros hogares, informándonos de cuanto acontece en el mundo y disipando el tedio de las horas vacías. ,

Hecha ya tradición el pregón radiofónico de nuestras fiestas, voces tan autorizadas como, las de González de Aledo, Andrés de Lorenzo Cáceres, Ramón González de Mesa, por no citar sino a los que recuerdo, lo han tenido a su cargo en distintas ocasiones, y recientemente, con motivo de la San Romería de San Benito Abad, el ilustre periodista Leoncio Rodríguez nos deleitó con un canto vibrante y emotivo a mi barrio de la Villa de Arriba, agrícola y artesana, cuya psicología característica y cuyo antiguo perfil urbano y social tan acertada y brillantemente supo describir la bien cortada pluma de ese viejo lagunero de la Villa de Abajo, fino catador siempre de las puras esencias de la tierra

Tras aquellos pregones, que han sido ya por su valía un esplendido exordio de las clásicas fiestas laguneras, este año y en este día, la bondad y el afecto del actual alcalde de La Laguna han dado origen a una sobrestimación de mis posibilidades literarias y han ejercido en mi una cariñosa coacción, dándome voz en un ya dilatado y selecto conjunto de oradores; escritores y artistas, frente a los cuales solo puedo ya aducir mi calidad de lagunero y mi dedicación año tras año a la pueril tarea de escribir renglones cortos con la ingenua pretensión de hacer sonreír a mis lectores. Pero como no he podido negar me a la honrosa invitación, cuya responsabilidad no ha cesado de preocuparme, y como no era cosa de hacer un pregón en verso, ni mucho menos en broma, los pacientes escuchadores de esta emisión habrán de contentarse por esta vez con una especie de crónica informativa escrita en esa prosa de batalla que caracteriza el periodismo cotidiano al que profesionalmente me dedico.

Puestas así las cosas en su punto, hablemos más de La Laguna y de sus fiestas del Cristo: la feliz coyuntura de celebrarse este año una gran conmemoración nacional ha movido a incorporar al programa de nuestros festejos un acto que recuerde y exalte la memoria de los Reyes Católicos en el quinto centenario del nacimiento, en Madrigal de las Altas Torres, de la reina Isabel de Cestilla, insigne impulsara de la empresa del Adelantado Fernández de Lugo gran valedora de la raza aborigen de Canarias. En su glorioso reinado, recibieron, nuestras Islas el gran mensaje de la fe y la civilización, bajo cuya égida quedaron definitivamente colocadas. Y fue precisamente en La Laguna donde, desde un principio, tuvo su residencia el Adelantado su sede la gobernación de esta tierra, asentándose sobre la bella Aguere la primera villa de_ importancia de Tenerife con rango de capitalidad. Ya el poeta de nuestra insular historia, el bachiller Antonio de Viana, nacido en la ciudad a los 81 años de su fundación, dice de ella en su famoso poema publicado, en Sevilla en 1604:

Hubo luego principio de edificios
formando buenas casas, plazas, calles,
tan bien fundadas y con tal concierto
que puede competir con las ciudades
del asiento mejor que tiene el mundo,
en donde se conoce claramente
la gran curiosidad de las personas
que la poblaron y la conquistaron.

Fundaron luego una Parroquia insigne
a la sagrada Concepción Purísima,
a la suprema Virgen, de Dios madre,
y a San Miguel, devoto del buen, Lugo.
una devota ermita, señalando
el General, un capellán con renta.

En esto a Santa Cruz (puerto dichoso)
llegó un carabela con recado
de los Reyes Católicos supremos
y del famoso Duque de Medina,
y al General le vino la conducta,
del Adelantamiento de Canarias.

Y ahora, en esa misma ciudad en que Fernández de Lugo recibió tal honor de sus soberanos, y al cumplirse los 455 años de aquel en que el primer Adelantado tomó en sus manos el real estandarte de la conquista y lo tremolo diciendo por tres veces:

‘Tenerife por los católicos reyes de Castilla y de León”, los tinerfeños van a ser testigos de actos de homenaje a la memoria de los gloriosos monarcas, en conmemoración de su quinto Centenario.

Pero si hemos venido a anunciar las fiestas del Cristo, sería censurable que no dedicásemos los últimos párrafos a la venerada Imagen.

El insigne arcediano de Fuerteventura, después de referirse .en sus “Noticias” a la fundación del convento franciscano bajo la advocación de San Miguel de las Victorias, dice: “Esta santa imagen del Cristo de La Laguna. que desde los días del primer Adelantado se venera en este convento, es sin duda la que lo a hecho más opulento respetable. El Padre Fray Luis de Quiros, siendo Provincial, publicó en 1612 un libro sobre el origen y milagros de tan venerada efigie. Tres son los son los sistemas o tradiciones que menciona en un punto al modo con que obtuvo el Adelantado tan estimable prensa y convienen todos tres en singularidad no lo adquirió sino de valde: pues fuese en Barcelona, en Santa Cruz o en el camino de La Laguna, siempre proveyó el Cielo de modo que costase poco o ningún dinero”

Citamos a Viera y Clavijo únicamente, para no hacer más largo este trabajo con las muchas referencias que existen sobre la antigüedad y arraigo de la devoción tinerfeña a esta histórica Imagen del Crucificado, escultura de indudable valor artístico perteneciente según autorizadas opiniones, al gótico sevillano del siglo XV.

El clérigo y cronista de nuestros días, Sebastián Padrón Acosta, abunda en la opinión de que este bello crucificado se debe al buril de los realistas imagineros españoles. Precisamente releyendo un inspirado cantar en prosa al “Señor de La Laguna”, nos ha parecido bien terminar nuestro pregón con este párrafo suyo: Estás, Señor, más alto que nuestro Teide. Eres la cumbre más elevada de nuestra Isla. Tú eres el ancla de esta nave de roca y espuma que navega en este mar tan azul, tan canario, tan español. Los mitos y las leyendas se desvanecen con las estrofas de las olas y los rumores de las sirenas. Pero Tú, Señor de La Laguna, sobrevives a todo eso fugitivo que pasa. Eres el único eterno”

Si en nuestra isla existiese, como en la adelantadísima Norteamérica, una institución dedicada a explorar la opinión. Pública estamos seguros de que, realizada una encuesta entre los que han asistido repetidas veces o una sola vez; a las fiestas del Cristo, un noventa por ciento manifestarían que lo quemas les entusiasmó es el sobrecogedor momento de la Entrada, y, mas que nada, el breve espacio de tiempo en que, sobre un expectante, silencioso y atemorizado mar de cabezas humanas, se extiende un cielo totalmente cubierto de centelleantes y atronadoras estrellas. Millares y millares de personas hacen viaje a La laguna, desde todos los lugares de la Isla, solamente para sentir la fuerza emocional de ese momento. Para, sentirlo decimos, y. no para verlo, porque la violencia de la luz y de las detonaciones pone temor en los espíritus, y la fuerza, del instinto de conservación ante su puestos peligros hace agachar las cabezas mientras los cohetes bailan sobre ellas una, maravillosa y crepitante, danza del fuego. Esta manera peculiar de asistir a la Entrada, para sentirla y no para verla, ha tratado de ser descrita por mí en una croniquilla rimada que me atrevo a daros a conocer. Dice así.

Hay mucha gente en Santa Cruz
y en los pueblos del interior
que asiste a la Entrada del Cristo
con un criterio encantador.

Están todo el. día 14, entregados
a sus quehaceres; resolviendo
asuntos los hombres y terminando
el traje las mujeres;

Allá. a la caída. de la tarde, toman el auto o el tranvía,
entre apretones y codazos,
tan peculiares de ese día.

Llegan de noche a la laguna.
Empujando entran en la plaza,
se acercan, a Capitanía o se pierden entre la masa.

El Cristo llega ya. ¡Cuidado!
Ya está debajo del templete.

Empieza el motín de la traca
y la revolución del cohete.

Y aquella gente que ha venido
tan solamente a ver la Entrada,
se agacha, se tapa, “Se esconde’,
y, naturalmente no ve nada.

Aun, sin terminarse los fuegos,
corren todos cogidos de mano
a coger sitio en el tranvía
o el autobús interurbano.

De cualquier modo tornan a casa
contentos y dándose pisto
y diciendo a sus amistades
¡Hemos visto la Entrada del Cristo!”

Estaréis pensando con mucha razón, amigos oye que han pasado ya bastantes minutos que es necesario que esta tentativa de pregón llegue a su fin. En eso estamos completamente de acuerdo. Basta ya de vacua palabrería y de fuegos artificiales.