Sueño la región del sueño.

Tengo el sueño de una región.

Tengo el sueño de una región que se asiente sobre la ilusión y sobre la inteligencia. Tengo el sueño de una región orgullosa de su historia y que construya sobre ella su futuro.

Tengo el sueño de una Legión en la que historia y futuro no sean la misma cosa. Tenemos una región para cumplir los sueños.

Una región que se divide en nueve territorios cuya unidad viene del alma del agua.

Una región cuya historia fue tapiada varias veces en sus siglos por la intolerancia y por el olvido.

El olvido del origen y también la intolerancia ante la inteligencia y ante la libertad.

Una región región que convive en su historia con África y con América y que miró de reojo a África y todavía no se sabe del todo americana ni europea ni espanola ni nada.

Una región cuyo olvido de la historia puede sumirla en la nada. Canarias, la región de estos sueños.

Una región más preocupada por sumar que por restar.

Una región preocupada por construir su dignidad sobre la base de su autocrítica, de su búsqueda permanente de la solidaridad entre sus componentes y de no de la riña permanente entre ellos.

Una región abierta, universal, que deje de pensar en sí misma como Narciso en su espejo y se dedique a trabajar por la conservación real de su patrimonio, uno a uno y todos a una.

Una región capaz de analizar qué ha hecho mal y qué ha hecho bien, sin considerar de antemano qué debe pesar más en la balanza.

Una región libre para pensar sobre sí misma.

Una región en la que el sueño no sea sólo ensoñación.

Y en el medio de este sueño circular que convierte el Archipiélago en un barco común hacia tantas partes, el centro cosmológico, universitario, universal, de La Laguna.

No es casual que hacia este centro haya ido durante tanto tiempo la necesidad de acrecentar el conocimiento, y que durante cinco siglos de la historia cristiana de esta ciudad de los Adelantados La Laguna haya sido el eslabón necesario para mantener viva la pasión de la cultura y de la investigación, que es también la pasión por la libertad.

Por eso es bueno plantear desde aquí, como tantas veces en el pasado, la necesidad de pensar de nuevo la región como un objetivo que avive el debate y convierta la utopía en un proceso de búsqueda permanente y posible del final de las fronteras que hoy nos dividen más que nos acercan.

Una región para todos, para la felicidad de todos.

Una región de la felicidad.

Sueño esa región del sueño.

La soñaron otros, políticos y poetas, religiosos y juristas, universitarios y soñadores, todos hemos soñado la región del sueño; y durante siglos la mano mezquina de la historia ha tapiado esa convicción y ese deseo. La mezquindad ha tapiado los sueños. Siempre y ahora. Los sueños de siempre y los sueños de ahora.

Ahora estamos, otra vez, en el tiempo de la libertad. Hagámosla posible; hagamos posible el sueño, la libertad y, por tanto, hagamos posible la región del sueño, la región de la libertad, la región feliz.

Esa región la soñaron muchos desde La Laguna, y La Laguna fue con ellos el centro de la inteligencia y de los sueños.

Los que veníamos a La Laguna desde cualquier lugar de las isla éramos conscientes de la esencia de este lugar, que se convirtió para nosotros, para los que nos precedieron y para los que habían de venir, en una metáfora del lugar sin límites, un sitio sin otra frontera que las fronteras del aire.

El aire era entonces, y es ahora, la distinción principal de La Laguna, como si aquí hubiera una aureola especial, detenida, como si el tiempo hubiera depositado aquí la esencia de su paso. 

Aquí venía y aquí viene todo el mundo. En una región devastada por la naturaleza de la historia, que la dividió en peñascos y la situó en sitios ciertamente benignos pero alejadísimos de las costas del resto del mundo, La Laguna era el centro donde ese aislamiento se convertía en posibilidad de reflexión y en la certeza de la poesía. Como si una mano lo hubiera dispuesto así, además, este centro con el mar prestado es asimismo la huella honda de una mano en el valle, una laguna que concentra en su clima específico y en su propia orografía elementos distintivos de su personalidad y de la personalidad de su gente. 

A pesar de su nombre adelantado, es la ciudad de la pausa, como si hubiera nacido para hacer historia. Esa propia disposición geográfica ha marcado para siempre el carácter de sus habitantes, acostumbrados a saber que el camino se acaba, que a unas estaciones suceden otras y que las calles, por largas y esperanzadas que sean, tienen su fin en algún extremo de esa misma esperanza. 

Los laguneros no son de ningún otro sitio si no de éste y, aunque vengan de otro lugar, si estaán aqui son de La Laguna.

Eso distingue a esta ciudad, como crisol de todas y de todos y tanbién como lugar transparente a cuya entrada todos perdemos un poco de lo que fuimos para ganar bastante de lo que vam os a ser para siempre. Y La Laguna misma gana lo que le traen.

Una ciudad reflexiva y lenta, y por eso sabia e irónica, una ciudad capaz de esperar. Para los que veníamos, en tiempos en los que la primera palabra prohibida era la palabra libertad, La Laguna era la esperanza de aprender a decir y a mantener esa palabra y todas las palabras.

Recuerdo algunos de los momentos de ese aprendizaje.

En Francia era el 68 y aquí vivíamos en la esquina del mundo, pero también en el centro de nuestro propio mundo, conscientes de que aquí había comenzado la última etapa de la ignominia que hizo retroceder de nuevo nuestra historia y la historia del conocimiento; aquella guerra civil no fue sólo una aventura militar y una apuesta económica, sino que fue también, en lo fundamental, un ataque al conocimiento, y su retroceso casi secular fue una de las consecuencias dramáticas de aquel episodio terrible del que no nos recuperaremos ni en décadas ni en siglos. 

En el 68, cuando llegamos a La Laguna, la dictadura que había generado aquel golpe de Estado no estaba aún resquebrajada, de modo que seguía encarcelando, vigilando y asomándose como un hurón gris sobre las palabras y sobre la libertad para decir las palabras.

Se sucedían manifestaciones estudiantiles y persistía la voluntad de prohibición que constituye la principal diversión de las dictaduras; en esa atmósfera La Laguna acogió un día a los poetas de todas las islas, en el Paraninfo de la Universidad, par demostrar juntos que lo que jamás muere en sitios como éste es el amor por las palabras y por lo que suponen las palabras libres frente a la intolerancia y ante la barbarie.

Eran poetas de todas las islas y de todos los credos, juntos para decir No a todo aquello y para contribuir, de La Laguna, a la construcción de un hombre nuevo, que era entonces la obsesión de una sociedad que creía que, en efecto, debajo de los viejos adoquines estaba el mar. 

No estaba el mar debajo de los adoquines pero aquí vivimos aquella ilusión; de aquel acontecimiento, un mediodía en el campus, quedó el recuerdo de un sueño: la palabra era abierta pero inapenable y juntaba a la gente, la hacía soñar al mismo tiempo y el lenguaje común  era el deseo de la libertad.

Por aquel entonces, la dictadura, que trataba de regenerar a sus cachorros, envió aquí a uno de sus líderes estudiantiles, para aplacar los ánimos universitarios laguneros, con el mensaje de que la política no debía entrar en la universidad; hubo rectores sucesivos, laguneros igualmente ilustres para la historia, Antonio González, Jesús Hernández Perera, Benito Rodríguez Ríos, que impidieron que ese deseo gubernamental que trataba de aislar la reivindicación política de la Universidad de entonces se hiciera efectiva, y en esa misma comparecencia de aquel cachorro en el Paraninfo un grupo de ciudadanos, que habían sido universitarios, acudió a decirle que la historia le desmentía y que la ciudad le expulsaba: no podía entenderse una universidad como la de La Laguna sin relación con la sociedad que sustentaba. Y si bien la isla, y la región, se hallaba en aquella época (y es de temer que ahora ocurra lo mismo) de espaldas a las necesidades que generaba la universidad en una sociedad como la nuestra, La Laguna siempre fue consciente de esa pertenencia y cómplice de su presente y de su futuro.

Eran las calles laguneras las que se despertaban con el estudiantado gritando "democracia, libertad", y para muchos de nosotros, de antes, de ahora y de siempre, la enunciación de esos conceptos están ligados a la naturaleza de esta ciudad, a su historia y, lo que es principal, a la memoria que ha dejado en todos nosotros.

Aparte de esos recuerdos que unen a la ciudad con la historia política de las generaciones sucesivas de canarios que hemos estudiado en ella, están, como es natural, los recuerdos sentimentales, aquellos que no borra el viento circunstancial de la vida, sino que se incrustan para siempre en nuestra propia manera de ser, que es también nuestra propia manera de recordar.

A todos nos pasará igual, pero es difícil disociar esta geografía urbana de La Laguna, sus montes circundantes y sus caminos, sus esquinas y sus árboles, de la geografía general en que se convierte toda biografía, y del mismo modo que el olor de la lluvia en el patio de mi casa es una de las memorias que acompañan adonde quiera que viaje, adonde quiera que esté, el Camino Largo, la calle de La Carrera, el camino de La Manzanilla, los alrededores del Instituto y la propia lluvia lagunera son elementos que forman la esencia de mi propia manera de ser ques otra cosa, que una forma de recordar. Esta es mi ciudad del recuerdo en todas partes.

Rendir homenaje a los paisajes diáfanos de la grafía lagunera, recordar como un fogonazo de luz tranquila el espacio imborrable de la plaza del Cristo y comprobar que gracias al tiempo y a una mano invisible esta ciudad carece de tiempo porque lo tiene en el aire, no debe sustraernos del propósito principal de estas palabras.

Decía al principio que sueño con una región cuyo futuro no sea igual a su historia; alejemos de nosotros la tentación de ser iguales a nuestro pasado y a nosotros mismos; miremos al pasado para escuchar sus campanas y para conservarlas, para respetar la herencia y para dejarla también como herencia a los que han de venir; pero propongamos un nuevo desafío: crear sobre estos cimientos la conciencia de una región digna, asentada sobre la sabiduría, la tolerancia y la inteligencia, y hagámosla viva, pendiente del futuro, consciente de que son las generaciones sucesivas, y no ninguna mano salvadora, de que somos nosotros mismos, y no otros, los que seremos siempre responsables del camino andado, por largo que sea, por frustrante que sea a veces su andadura.

Y creo que La Laguna es la ciudad de Canarias que reúne las mejores condiciones para pronunciar ese reto, para proseguir en el camino del sueño regional, porque aquí está la historia más viva del pensamiento contemporáneo insular, desde el enciclopedismo hasta nuestros días, y es desde aquí desde donde alumbrarse, teniendo en cuenta todas las aportaciones posibles, propias y ajenas, abiertas o encerradas en la concha del futuro, un nuevo siglo de las luces para las Islas Canarias.

Decía un santacrucero ilustre, Domingo Pérez Minik (para quien viajar a La Laguna, de la que fue siempre huésped muy bien recibido, por su gente y por su universidad, a pesar de las reticencias, que se trocaron en homenaje casi póstumo) era como viajar a otro universo, que La Laguna es «una isla verde y gris dentro de nuestra isla". «Dentro de la ciudad se había levantado el caudal que constituía el alma de una tradición, sus costumbres y su moral, su quehacer práctico y su religiosidad. Lucía", sigue Pérez Minik, «unas calles discursivamente trazadas y sus jardines eran sombríos y cautelosos. Sus casas muchas eran de cantería, se cerraban a piedra y lodo, quedando todo la vida asomada a los postigos de las ventanas".

Conviene volver sobre este paseante magnífico para ver la ciudad en torno a su torre romántica y bellísima, «con sus iglesias abiertas a lo largo de las calles solas"," la ciudad donde el campo entraba a su antojo y donde la misma ciudad, a través de sus caminos y pasesos, se perdía coloquialmente en el campo. Estos caminos recatados llevan a la vida campesina retraída y autónoma, a la múisca que cantaban en guitarras y timples y, al mismo tiempo, al posible aborigen guanche, escondido detrás de los altos de las montañas azules y bien perfiladas".

Incrustada en esa descripción bellísima de La Laguna está el respeto por su historia y la constancia de que es desde este lugar el que debe tramar el sueño de la región del sueño, una utopía que ha tenido en instituciones pasadas y presentes sus adalides; y no sería bueno que en esa historia reciente de nuestra propia esperanza en La Laguna como aglutinante de un deseo mantenido de libertad, de democracia y de confrontación intelectual abierta sobre lo que debemos ser, dejemos de citar la gran labor que el Ateneo lagunero ha cumplido a lo largo de sus 90 años de historia, en tiempos de turbulencias y de intolerancias, y en esa biografía citemos, por nombrar sólo dos de los muchos ciudadanos que desde aquí nos han enseñado a tolerar y a decir No, a personajes como Alberto de Armas y como Alfonso García-Ramos, que fueron en sus personas ejemplos vivientes de la solidaridad humana, intelectual y política que distingue a esa entidad y que sirve de metáfora civil, imborrable, de la ciudad de La Laguna. 

Es posible el sueño, y es posible la fiesta, a la que nos vamos a entregar porque ya es hora. Vamos a perdernos por la calle antigua del antiguo barrio" de la que hablaba Luis Aivares Cruz, vamos a pasear por las huertas perdidas de Leoncio Rodríguez y vamos a reírnos con Verdugo y con Nijota que veía La Laguna:

"Como el lugar del globo
donde está la familia
(apreciable entidad
que hoy, mañana y ayer,
en mis grandes apuros
monetarios me auxilia,
y cuando tengo hambre
me ofrece de comer"

aunque también la veía con los ojos de gente del interior:

Lomo un colegio enorme
situado en buen lugar,
donde no hay diversiones
ni mujeres impuras.
Donde se meten hijos
y se pueden sacar:
bachilleres, maestros,
abogados y curas".

Y vamos a pensar y a escribir y a crear, como  lo hicieron quienes nos precedieron, en un territorio como éste, tan abierto como la palma de una mano.

La historia ha hecho de ésta una sociedad liberar e incluso libertaria, como si fuera un pueblo que guiña un ojo sobre su apariencia; Miguel de Unamuno decía que esta ciudad era una larga calle al final de la cual se veía la figura de un cura.

Lo que no decía el admirable don Miguel es que ese cura iba a beberse un vaso de vino a reírse de sí mismo, riéndose de los otros, en una de las cien tabernas de La Laguna.

Si me fuera aceptada mi propia experiencia personal, diré que en La Laguna aprendí el sentido del humor como esencia de una ciudad; Los Sabandeños, que durante más de un cuarto de siglo han desmentido el mito de la improvisación isleña construyendo una herencia musical sin la cual es imposible hoy estudiar el pasado y el porvenir de la cultura insular, le pusieron música a ese sentido del humor lagunero, que yo aprendí —o acaso nunca llegué a aprender— con ellos y con todos los habitantes de La Laguna. Es cálido y profundo, probablemente dura con el contrario, pero al final, como en la lucha canaria, generoso; una ironía de mano tendida también de  esperanza de hallar un contrincante hábil que haga de la discusión parranda; el lagunero aspira a seguir y a que le sigan, y aspira a hacer de la fiesta el lugar del encuentro para el futuro.

La fiesta que viene es la fiesta principal la ciudad devota y es también la antesala del trabajo que viene, de los que son devotos y de quienes no lo sean; de que la fiesta que viene sea ambas cosas somos todos responsables, y por lo que respecta a quien hasta ahora les ha contado su esperanza sólo resta decir que siempre vendremos al Cristo a festejar la fiesta y a pregonar el sueño. 

Viva para siempre La Laguna viva.