Los ritos iniciales tienen el carácter de exordio, de introducción y de preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. Sin embargo, en algunas celebraciones particulares se omiten o se realizan de modo especial. (IGMR n. 46).

1. Saludo al pueblo

Cuando el celebrante llega a la sede, salvo que haya un atril para sostener el misal, se acerca un acólito con el libro y lo sostiene frente al sacerdote. En caso de que se requiera micrófono y no haya un pedestal éste o que el celebrante lo tenga colocado en su persona, otro acólito acerca y sostiene el micrófono. Al colocarse frente al celebrante, hacen una inclinación.

Una vez concluido el canto de entrada, el sacerdote, de pie, se siga junto con todos con la señal de la cruz. Luego, saluda con alguna de las fórmulas prescritas en el Misal mientras abre y cierra los brazos. El obispo puede decir: “La paz esté con ustedes”. No dice “buenos días o buenas tardes”, pues las fórmulas sagradas incluyen todos los sentimientos de buena voluntad.

Si en la fórmula de saludo se dice el nombre de Jesús, por ejemplo, la que dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo…”, se inclina la cabeza al mencionar el nombre. 

Una vez que el pueblo contestó, con las manos juntas el sacerdote puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras. Esta introducción también puede hacerla el diácono o un ministro laico (IGMR n. 50 y 124).

En este momento pueden indicarse las intenciones por las que se celebra especialmente la Misa. 

2. Acto penitencial

Tras esta introducción o, tras el saludo litúrgico, invita a los fieles al arrepentimiento con las manos juntas. Tras una breve pausa de silencio, inicia la confesión general que el sacerdote dice con las manos juntas. Hay tres fórmulas de confesión general:

La primera es el “Yo confieso…”, durante la cual todos los presentes se golpean tres veces el pecho con la palma de la mano mientras dicen “por mi culpa”. El sacerdote, mientras golpea el pecho con la mano derecha coloca la izquierda sobre el estómago.

La segunda (Señor, ten misericordia de nosotros) es un diálogo entre el celebrante y el pueblo con respuestas propias.

La tercera también es un diálogo entre el sacerdote y el pueblo, y consiste en que se antepone un tropo a la aclamación “Señor ten piedad” o “Cristo ten piedad”. El misal ofrece una variedad de tropos para esta fórmula de confesión.  

Acabada la fórmula de confesión el sacerdote da la absolución con las manos juntas. No extiende las manos ni se santigua ni bendice. Es importante señalar que esta absolución no suple el sacramento de la Confesión, por lo que no perdona los pecados mortales de los asistentes. (IGMR n. 51, CIC c. 960)

3. Bendición y aspersión del agua

Los domingos, en vez del acto penitencial, puede realizarse el rito de bendición y aspersión del agua. Es aconsejable realizarlo, sobre todo, en los domingos de Pascua (IGMR n. 51).

Después del saludo, un acólito se acerca al celebrante con un recipiente con agua. En ese momento, el sacerdote, con las manos juntas, invita a todos a la plegaria con la fórmula prescrita por el misal. Luego se guarda un momento de silencio y se procede a bendecir el agua con las manos juntas.

El misal prevé tres fórmulas de bendición. La primera es una fórmula de bendición, en la que el sacerdote debe hacer el signo de la cruz. La segunda son invocaciones a Dios que son respondidas por el pueblo tras lo cual el sacerdote dice una oración en la que debe hacer el signo de la cruz. La tercera indicada especialmente para Pascua, es similar a la segunda, aunque las invocaciones son a cada una de las Personas Divinas, y la respuesta del pueblo es distinta. En la edición típica latina solamente se prevé la primera fórmula.

Cuando sea costumbre popular, después de bendecir el agua, el sacerdote bendice la sal con la fórmula prescrita en el misal, tras lo cual la vierte en el agua. En este caso, un acólito se acerca con un recipiente con sal junto con el que llevó el agua y, tras la bendición, se lo pasa al celebrante para que eche la sal al reciente del agua.

Una vez que bendijo el agua (y vertió la sal, en su caso), el sacerdote toma el hisopo. Si el obispo celebra la misa, el aspersorio se lo entrega el diácono. En las Misas papales, el ceremoniero es quien se lo entrega. Con el hisopo, se rocía a sí mismo, a los concelebrantes (si los hay), a los ministros, al clero y al pueblo.

El celebrante puede recorrer la iglesia aspergeando a todo el pueblo. En este caso, el acólito lo acompaña sosteniendo el acetre. Si el obispo celebra, lo acompañan los dos diáconos que lo asisten y uno de ellos sostiene el acetre.

Mientras se aspergea, puede entonarse un canto adecuado, como el “Rocíame Señor...” (Salmo 50) o el “Vi agua” (Ez 47) para el tiempo pascual.  

En las Misas papales, el papa se aspergea a sí y a los ceremonieros y, desde la sede, simbólicamente aspergea a todos los demás.

Concluida la aspersión, el celebrante regresa a la sede desde donde dice la oración conclusiva con las manos juntas.

4. Señor ten piedad

Salvo que se haya hecho la aspersión del agua o se haya empleado la tercera fórmula de confesión, sigue el “Señor ten piedad”, que puede ser rezado o cantado en español o en griego. Si se canta, por ser una aclamación al Señor con la que los fieles imploran su misericordia, deben hacerlo ordinariamente todos, es decir, que tanto el pueblo como el coro o el cantor, toman parte en él (IGMR n. 52).

La frase es “Señor ten piedad”. Antes de 1989 se decía “Señor ten piedad de nosotros”, pero fue simplificada en la segunda edición del misal. Hay veces que se sigue empleando la frase anterior, lo cual es incorrecto.

Cada aclamación se repite dos veces. Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se repetían tres veces. Si se emplea un canto compuesto antes del Concilio, puede repetirse tres veces para no afectar el arte musical (IGMR n. 52).

Si se canta, y un acólito que sostiene el misal (y, en su caso, el que sostiene el micrófono), pueden hacerse a un lado tras hacer una reverencia.

5. Gloria

Los domingos (excluidos los de los tiempos de Adviento y de Cuaresma), en las solemnidades y en las fiestas, y en algunas celebraciones que así lo indiquen (como en algunos sacramentos), tras el acto penitencial o el rito de aspersión del agua, se canta o se dice en voz alta el himno “Gloria a Dios en el cielo” (IGMR n. 53).

El Gloria es un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero. Por ello, el texto de este himno no puede cambiarse por otro (IGMR n. 53).

Lo inicia el sacerdote o el cantor o el coro. Después de que se incoa, es cantado o dicho por todos simultáneamente. Puede, sin embargo, alternarse el canto de algunas frases entre el pueblo y los cantores. Y si no se canta, se dice en voz alta por todos simultáneamente o por dos coros que se responden uno al otro.

Si se canta, y un acólito que sostiene el misal (y, en su caso el que sostiene el micrófono), pueden hacerse a un lado después de acercarse para que incoe el sacerdote. Hacen una inclinación al acercarse y al alejarse del celebrante.

Las dos veces que se menciona a Jesucristo en el Gloria hay que inclinar la cabeza.

6. Colecta

Si el acólito que sostiene el misal (y, en su caso, el que sostiene el micrófono), se habían retirado, se acercan al celebrante en la parte final del Señor ten piedad o, en su caso, el Gloria. 

Concluido el acto penitencial y, en su caso, el Gloria, el sacerdote invita a todos a orar diciendo “Oremos” con las manos juntas. Se guarda un momento de silencio. Tras este, el sacerdote extiende las manos y dice o canta la oración colecta, que solo puede ser una. (IGMR nn. 54 y 127)

Si en la oración colecta se menciona el nombre de Jesús, de María o del santo del día, hay que inclinar la cabeza.

Por una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta ordinariamente se dirige a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo y termina con la conclusión trinitaria, es decir, con la más larga, que varía dependiendo si se dirige al Padre, se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo, o si se dirige al Hijo (IGMR n. 54). Al mencionar a Jesucristo en la conclusión hay que inclinar la cabeza.

El pueblo uniéndose a la súplica, con la aclamación “Amén” la hace suya la oración.

Después de la respuesta del pueblo, si un acólito que sostiene el misal (y, en su caso, el que sostiene el micrófono), tras hacer una inclinación.

En ese momento, se sienta el celebrante en la sede. El mismo celebrante, el diácono o un acólito puede colocar la parte posterior de la casulla sobre la sede. Esto es de utilidad cuando se trata de una casulla ricamente bordada, para evitar que se maltraten los bordados.

Si el obispo celebra, en este momento el diácono que lo asiste por la derecha le coloca la mitra, quien la recibe del acólito que auxilia portándola. En el caso de las Misas papales, es el segundo ceremoniero quien se la coloca.

Cuando el sacerdote se sentó, todos los demás se sientan. Si hay obispos concelebrantes, se colocan la mitra al momento de sentarse.