Los comentarios de los vecinos de La Laguna eran favorables para lo que estaba haciendo fray Luis de Quirós. ¿Qué estaba haciendo el franciscano? Pues algo que les llenaba de orgullo y gozo. Buscaba testimonios, datos, noticias, que le remitieran expresar en un libro, excelencias y prodigios de la imagen de Jesucristo crucificado, la cual tenían extraordinario hecho y devoción. Preguntaba, visitaba, indagaba como y quienes gozaron de maravillosas curaciones; de cuando llegó la escultura... Es hermoso el párrafo con el e fray Luis comienza las noticias de la llegada de la imagen a Laguna. La población es interesante por su naciente historia, poderío político, su situación, la belleza de sus campos, los edificios. Lo es más y digna de alabanzas por poseer la efigie que representa a Cristo agonizando y por la devoción que aquí se le tiene.

El P. Quirós puso en su libro testimonios y testimonios de fe. Apología de afectos, recopilación Cera de hechos para los cuales, limitada inteligencia humana liza la palabra milagro. Relación con nombres, fechas, y testigo s, de prodigios inexplicables, con ellos la maravilla de la continuidad con la que los laguneros mantienen su devoción a la severa, trágica, y confortante represetación del Hombre de Dios, iriendo en una cruz. Su sacrificio cruel y glorioso, redimió a hombres del pecado de Adán. Valoró el franciscano, el cariño La Laguna hacia el Crucificado, al que no le ha puesto   calificativo. Siendo signo es Cristo del Perdón, de la Fe, de la Paz, de la Misericordia, es siempre el de La laguna todos y cada uno de los fieles laguneros.

Desarrolló fray Luis un hermoso rosario de episodios sobrenaturales; Catalina Tejera, su hijo; Juan Ruiz; Inés Rodríguez de la isla de La Gomera; Alonso Pérez, Agueda Rodríguez; Gregorio de Alarcón; Cristóbal Trujillo; Andrés Gallardin; Juan de Castilla, beneficiarios de la bondad misericordiosa del Dios todopoderoso que la escultura representa.

Con la lectura de la espléndida letanía de milagros y mientras se conocen las desgracias y las dolencias o accidentes de que sanaron; el mal de puntada, fiebres, golpes, ojos sin vista, huesos rotos... se están haciendo actos de fe, de la que quebranta las peñas y cambia de sitio las montañas.

Sin embargo, tantos sufrimientos no son comparables a los que se reunieron en el suplicio de Cristo, haciéndolo «Varón de Dolores», Hombre Dios, reo sin culpa, dueño del amor que redime.

Las canciones tradicionales súplicas, lamentos, temblorosas en los labios de sus devotos: «...mis penas le conté yo...» «...para que Dios te perdone...» suenan con fervientes anhelos. Pero: ¿tenemos, tengo yo, derecho a quejarme ante la imagen? Hemos de ser generosos. El sufrió más. Nos lo está diciendo con el profeta David: «Han taladrado mis manos y mis pies. Se pueden contar todos mis huesos». Mi orgullosa seguridad me prohibe ser humilde. ¿Le diré, no le diré cuántas y cuáles son mis angustias? De tal confusión espiritual ha nacido esta copla: 

Al Cristo de La Laguna
yo mis penas no le digo,
que cuando estoy ante El,
de todas ellas me olvido.