Un año más vuelve el mes de septiembre, para presentarnos los campos de la vega de Aguere, en los que se acaba de recoger el trigo y las vides que, sesteadoras y risueñas, han dado el racimo de uvas emigrantes desde el lagar al endeble ventorrillo, convertidas en vino tinto. Pero septiembre también nos traerá el sonido de las campanas que se alborozan en las iglesias laguneras, en un frustrado intento de competir con las de San Miguel de las Victorias, pues éstas, en la espadaña del convento, darán más fuerte al viento sus lenguas de bronce, difundiendo por La Laguna la llegada de las Fiestas del Santísimo Cristo.

El 17 de septiembre de 1607, los señores de Justicia y Regimiento, por acuerdo ante el escribano del Concejo, mandaron que el Ayuntamiento celebrara las Fiestas del Cristo, declarando el día 14 de septiembre día de fiesta, pues a partir de 1520, el Crucificado Moreno, ahilado en su negra cruz y entre pálidas piramides de velas, comenzó a conceder favores a todos los afligidos que lo invocaban. Cuenta la tradición que el Cristo abre sus hermosos ojos cuando concede a los secos campos la lluvia esperada, y que, en la mañana del Viernes Santo, desclava de la cruz su mano derecha y bendice a la ciudad, concretamente cuando, después de la procesión, se le vuelve al pueblo, al llegar a la puerta del Santuario. En este preciso instante es, según cuentan nuestros antepasados, el momento propicio para conseguir favores o el perdón, tal y como refleja la copla tradicional convertida en plegaria:

Si subes a La Laguna
entra en el Cristo a rezar,
para que Dios te perdone
lo que me has hecho llorar.

Estoy seguro que muchos podríamos decir esta copla, cuyos versos enmudecerían, diríase que se postrarían, sencillos y humildes, ante el Santuario de San Francisco, porque hoy se encuentra cubierto de un blanco místico y fervoroso, de un blanco intenso de fiesta, donde el Santuario se hace rezo y oración, se hace silencio emocional y reverente ante el Cristo de La Laguna.

En la silente mañana del 14 de septiembre, cuando el pueblo duerma profundamente, se oirá el eco lejano y jovial de unas campanas que, al son auspicia] del canto de la vega de Aguere, será la diana floreada convertida en plegaria al socaire de los tejados laguneros, de los balcones de tea, de los aleros saledizos y de los altivos ajimeces conventuales que parpadean sobre las calles por donde el visitante pasea camino de la fiesta.

Queramos o no, la Plaza de San Francisco será este día el remanso de un son de campanas tradicionales, de unas campanas que participan, desde el pasado, en el septiembre festivo de hoy relatándonos la historia del Cristo milagrero.

El Cristo de La Laguna, de color moreno aumentado por la sombra de los cardenales, heridas y congestiones que recorren su cuerpo, fue traido en 1520 gracias a la petición que Alonso Fernández de Lugo hizo al duque de Medina Sidonia, hermosa talla perteneciente al gótico sevillano, probablemente del siglo XV, que, desde la cruz de plata toscamente labrada, regalo de Francisco Bautista Pereira de Lugo, recoge fervorosamente al pueblo, especialmente en la famosa "Entrada", cuando irrumpe en la Plaza de San Francisco con sus brazos abiertos y con ese rostro, como dijo José Rodríguez Moure, "velado por la sombra de un mechón de pelo de la cabellera nazarena que cae por la izquierda".

Sobre el venerado Cristo de La Laguna podemos decir que en el año 1609 se sustituyeron los tres clavos de madera que lo sostenían a la cruz, por unos de hierro plateado. Cuenta la tradición que los primitivos se dieron como reliquia a algunas personas muy devotas, y que aplicados a los enfermos en la parte dolorida sanaban rápidamente.

También se sustituyó, dado el deterioro, la diadema a modo de escudo que tenía el Cristo sobre la cabeza, ornamento del que, según el Padre fray Luis de Quirós, se confeccionaron pequeñas cruces que entregaban los religiosos del convento a las personas devotas, las cuales, a su vez, las daban a los enfermos desahuciados, que se curaban milagrosamente.

El milagro ha sido la constante en los cuatro siglos y medio que el Crucificado ha recibido culto en la isla de Tenerife, y es notorio que en las calamidades públicas el Cristo de La Laguna fue siempre invocado para remediarlas. Es de destacar que en las sequías de 1562, 1566, 1571, 1577 y 1607 -esta última presenciada por el Padre Quirós- el Ungido lagunero proveyó agua para los secos campos, cuyas mieses se salvaron. Completan la larga historia milagrera del Cristo los siguientes hechos: 1585 y 1607 acabó con la plaga de langosta, en 1599 concedió que llegase un barco a Tenerife cargado de trigo,tendió su mano en la epidemia de 1609, y rematan la inacabable lista los sesenta y cinco milagros referentes a curaciones que recoge el Padre fray Luis de Quirós. De estas curaciones, veinticuatro fueron en mujeres, veintidos en hombres, y diecinueve en niños. La práctica seguida para la curación, fue la invocación, la unción con el aceite de las lámparas, o tocando el velo o los pies del Cristo.

Muchos son los milagros del Cristo de La Laguna, pero quizás no sea muy conocida la protección que dispensó a la Batería de Montaña de San Francisco, cuando la expedición al Africa, durante la campaña de 1921-1922. Según nos cuenta Buenaventura Bonnet y Reverón, la sagrada Efigie salió a la plaza para despedir a los soldados, a los cuales les pareció que el Cristo les bendecía, cosa que se cumplió pues, después de 17 combates, regresaron todos salvos, ni siquiera uno murió.

Sobré la llegada del Cristo a Tenerife existen numerosas leyendas que confluyen en un misterioso barco, que desaparece del puerto santacrucero después de vender el Cristo sus tripulantes. Una leyenda cuenta que, yendo a comprar la Imagen que valía 70 ducados, el comprador, que sólo llevaba 30, se sorprendió al ver cómo el caudal de dinero le aumentó justo hasta el precio concertado. La segunda leyenda que nos relata el Padre Quirós, nos dice que cuando iba un encargado en busca de la Imagen, se encontró con dos hombres que le vendían un Cristo como el que deseaba, los cuales desaparecieron al ir a pagarles; la tradición cuenta que fueron los ángeles enviados del Cielo.

La última curiosidad de este Cristo, sobre el que se postran los más férvidos sentimientos del pueblo lagunero, es la referida a las misteriosas letras que aparecen en el "perizonium", es decir, en el paño que está ceñido a su cintura, las cuales están separadas por unas estrellas con el siguiente significado entre ambas, según dio a conocer a fray Diego Enrique una. Sierva de Dios de Santa Clara en el Monasterio de San Bernardino de Gran Canaria:

"Esta es la verdadera Imagen de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, que padeció y murió por salvarnos, *hijo de la Virgen María y Rey de los Judíos,* que en el día del Juicio vendrá a juzgarnosPque cumplirá su palabra de que todos resucitaremos y seremos salvos, como S.M. lo ha prometido si nos valiéramos del fruto de su Redención e intercesión de su Santísima Madre".

Esta ha sido la corta historia del Venerado Cristo de La Laguna, según las crónicas que nos han traido las vocingleras campanas de San Francisco, las cuales suenan, de vez en cuando, heridas por el badajo de nuestros corazones, porque ellas han sido relegadas a repicar en el campanario del recuerdo o del olvido; por eso son, para algunos, las campanas de la nostalgia. Y es lógico, porque ellas son las damas de bronce del vetusto convento franciscano, que, del acontecer histórico lagunero, nos han traído la historia del Cristo Moreno de Aguere, el Crucificado para el que, en otros tiempos, se erigía el altivo y erguido templete, San Benito lo desplazaban en romería a la Plaza de San Francisco a bendecir el ganado mayor, se alzaban arcos en cuyos extremos florecían las banderas y colgaban florales medallones, y, como decía el poeta Antonio Zerolo, se elevaban los humanos corazones y ardían las montañas como hachones.

(Miembro del Instituto de Estudios Canarios)