Música callada y soledad sonora.

Así podríamos describir en frase poétícomística la semblaza espiritual de la vieja Ciudad de La Laguna. Música callada de sus templos, joye­les de arte y de esplendor incompara­ble, y de SUS casas solariegas y de sus amplias avenidas y del chispear (lel diálogo de la naturaleza con el Cielo. Soledad sonora de sus tradi­ciones ininterrumpidas, de sus calles dormidas, de su sabor tranquilo...

Música callada de sus templos. Cuando en aquella mañana primave­i al, cuajada de flores de Mayo, Don Alonso Fernández de Lugo y los diez sacerdotes de su séquito, llevaron en untuosa procesión la Santa Eucaris­fa por la vega de Aguere llena de verdor matizado por el fruto del ma­droño y el rnocán, se pusieron los ci­mientos de un pueblo que iba a nacer mayor de edad, porque tenía corno base el Sol de Cristo hecho Pan. Y sobre este cimiento místico se alzó dos meses más tarde el gran edificio de S. Cristóbal de La Laguna, el 26 de Julio de 1496. Después... los tem­plos elevaron sus cúpulas al Cielo y comenzaron a cantar y rezar y llorar.

En un alarde de esbeltez la magní­fica Catedral canta las glorias de su Virgen de los Remedios en solemne Novenario. El templo de Ntra. Sra. de la Concepción—uno de los edificios públicos más antiguos de la Isla—es constelación de luces y flores, cuan­do a fiaes de Mayo la Virgen bonita que el genio de Estévez concibiera y cristalizara en realidad fulgura de be­lleza. El convento de P.P. dominicos, hoy parroquia de Santo Domingo de Guzmán, es avanzadillla de luz donde la Virgen del Rosario recoge el en­sanche de la ciudad hacia la capital. Los conventos de clausura de las Monjas Catalinas y Clarisas entonan diariamente la música callada de la heroicidad triunfal de muchas muje­res sepultadas vivas en las soledades de los claustros, testigos del fuego de sus almas. Y en la Iglesia de San Agustín regida por Padres de la Con­gregación de la Misión, las amplias y elegantes naves recogen también la devoción lagunera.

Desde estos santuarios enclavados como bastiones espirituales en los ámbitos recogidos de la ciudad, La Laguna proyecta hacia el exterior su música callada con sus ermitas. Al fondo de una avenida de flores, 5. Diego del Monte brilla, perfumado el ambiente con sus aromas de primer envagelizador de las Islas Canarias. Más lejos, el Calvario y la ermita de San Lázaro. Y como botones de san­gre que llevan al Calvario, las trece cruces de las estaciones que recuer­dan los pasos del Salvador y que es­tallan en flores cuando en el Mayo lagunero, las cruces se visten de fies­ta. Más lejos, en el simpático barrio de Guamasa, Sta. Rosa de Lima es la flor más fragante entre el bullir de flores de la campiña. Y hacia el mon­te, en el Ortigal, la Milagrosa vibra en la cima como una cúspide de luz entre espinas.

Asomándose a Sta. Cruz de Tene­rife, la ermita de San Cristobal, Pa­trono de la Ciudad. El oasis de paz de las Hermanas Oblatas del Santí­simo Redentor se alza en la ermita de Ntra. Sra. de Gracia. Y en plena mirada a la Capital, La Virgen de la Paz, en La Cuesta.

S. Roque, La Virgen del Carmen y Las Mercedes, S. Benito, S. Juan Bautista, S. Bartolomé de Tejina, Ntra. Sra. del Rosario de Valle de Guerra entonan también la música callada de sus fiestas religiosas.

Soledad sonora del Cristo de La Laguna. El convento de San Miguel de las Victorias es cofre de sándalo preciosfsimo que guarda la vibración más solemne de espiritualidad de La Laguna, el Stmo. Cristo. Los P. P. Franciscanos son los celosos cusfo­ dios de esta devoción clásica lagune­ra y nunca puede tener más realidad el escudo de la orden seráfica que en este santuario, en donde el brazo de Cristo y de Francisco se unen en concento de amores.

El mes de Septiembre esconde el grito de la soledad sonora de esta estampa clásica. Está consagrado por entero al Stmo. Cristo. Desde el fondo de la llanura sube más alto que los montes la gloria ensangrentada del Cristo corno una flecha de amor lanzada al azul o como un grito de solidaridad anunciando al inundo y a España la fe de un pueblo. Tal vez sea una fe muerta o desviada. Pero... decir Cristo de la Laguna para un la­gunero es decir un mundo de estre­llas y de ilusiones y de amores; gri­tos hirvientes de dolor convertidos en mares suaves de calmas, tempestades de desolaciones trocadas en rosicle­res mansos de aurora, gritos hirvien­tes de sangre convertidos en gritos hirvientes de gratitud. Eso quieren decir los exvotos que penden a la en­trada de su santuario, arco de triunfo por donde El pasa derramando sus beneficios. Eso dicen las lágrimas que se vierten ante El y las rodillas que se doblan y los labios que musi­tan plegarias.

Y cuando en la tarde del 14 de Septiembre, a la luz pálida del crepús­culo vespertino, la gloria jadeante del Cristo recorta su silueta entre un mar humano que le aplaude, el volcán musical de policromías que brota del «risco» en sus célebres fuegos de artificio es la inmensa sinfonía de un pueblo callado y recogido, envuelto en músicas calladas y soledades so­noras que estallan, por amor a su Cristo, en explosión de júbilo agra­decido.

Septiembre de 1944.

Notario Eclesiástico del Obispado