Nació en el municipio de Icod de los Vinos (Tenerife), en el seno de una humilde y cristiana familia dedicada a las labores de labranza. Fue bautizado en la Iglesia Parroquial de San Marcos el 20 de diciembre de 1615, recibiendo el nombre de Juan, en recuerdo de su abuelo materno Juan Díaz, del que además tomó el apellido. Juan era descendiente —por línea materna— del Mencey de Daute, el noble guanche Diego de Baute o Ibaute.

Sus padres no pudieron darle una carrera, dedicándose desde muy joven a trabajar como aprendiz en el oficio de tonelero, por entonces una próspera actividad debida a la gran tradición vitivinícola de la comarca y al pleno auge de las exportaciones por aquella época. Padeció los continuos maltratos del patrón del taller de toneles donde trabajaba, conducta beligerante que soportaba con oración y penitencia. Un día, víspera de la fiesta de San Juan, sufrió un accidente que le hizo perder el ojo izquierdo por las quemaduras sufridas al caer a una hoguera. Siempre llevó con cristiana resignación este incidente. Precisamente por ello es invocado para las personas con problemas de visión y ceguera.

“Yo no vine a la Religión a buscar a Dios, sino a conservarlo”.

Se traslada al municipio de Puerto de la Cruz para perfeccionarse y prosperar en su oficio. Frecuenta la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, y es en este lugar donde tiene lugar uno de los más reconocidos relatos sobre él: cuando se encontraba delante de la Iglesia entró en éxtasis y, según el testimonio de los presentes, se elevó con los brazos en cruz, levitando calle abajo hacia la popular plaza del Charco hasta llegar a la costa. A la muerte de su madre en 1646 ingresó en el convento franciscano de San Juan Bautista de Puerto de la Cruz, donde profesa como lego recibiendo el nombre de Fray Juan de Jesús, tras ser preparado espiritualmente por su confesor el Reverendo Padre Fray Mateo de Aguilar.

“Fray Juan de Jesús, la Siervita y Amaro Pargo”.

Otro hecho destacado en su vida es que fue contemporáneo y conoció a la también Sierva de Dios Sor María de Jesús de León Bello y Delgado (popularmente conocida como “La Siervita”), cuyo cuerpo permanece incorrupto en el convento de Santa Catalina de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, y a la que ayudó espiritualmente con su sabios consejos:

La popular Sierva de Dios, cuyo cuerpo incorrupto conservado en el monasterio de las Madres Catalina, en La Laguna, proclama su santidad, tiene el comienzo de su vida de religiosa vinculado a la intervención de Fray Juan de Jesús, que le dio las primeras lecciones espirituales. Cuando éste pasaba por las casas de La Laguna en demanda de limosnas para los pobres, siempre era atendido en la de los tíos y protectores de la Sierva de Dios, y les agradecía sus donativos con prudentes advertencias y sustanciosas pláticas, que escuchaba la joven María con gran devoción, la cual, por sus consejos, comenzó a frecuentar los sacramentos en la vecina iglesia de la Concepción. También hasta el retiro del convento de San Diego del Monte solía efectuar escapadas en compañía de una amiga, para escuchar la doctrina del lego y poderle comunicar los cuidados de su espíritu. En la iglesia recibía los Sacramentos y así crecía su amor a Dios. Estas escapadas las hacia con tal brevedad, incluso enfrentándose a los rigores del invierno, que apenas su familia notaba la ausencia. Se cuenta que, cuando residió la virtuosa joven entrar en religión en el convento de las Catalinas, a pesar del sigilo y la urgencia que se tuvo para que hiciera la profesión, Fray Juan de Jesús tuvo revelación sobrenatural de la noticia, por lo que, temprano, se dedicó a recoger flores, ramas y hierbas olorosas. Extrañados sus compañeros al verlo en tal actitud, lo interpelaban sobre su finalidad, qué fiesta había, a lo qué él respondía: -! Es para el dueño, porque hoy se casa¡ Una hora más tarde, un borriquillo era conducido por un campesino con el frondoso cargamento, para detenerse frente a la puerta reglar del convento de las Catalinas, y, las admiradas religiosas supieron que era un envío de Fray Juan de Jesús como presente a María, para que se adornara la iglesia con motivo de sus desposorios místicos, que era la joven que iba a ver adornada de tantas virtudes y santidad. Aún en el convento de estas monjas se conserva como preciada reliquia un rosario con cuentas de madera que, según la tradición, fue regalado por el Siervo de Dios a Sor María de Jesús.

(Del libro de D. Domingo Martínez de la Peña, “La Iglesia de san Marcos de Icod de los Vinos”)

“Hermanos, quien deja de pecar ama a Dios”.

Una vez lego de la Orden de San Francisco, y después de algún tiempo en el convento de San Juan Bautista, fue trasladado al Convento de San Diego del Monte en San Cristóbal de La Laguna, donde adquirió fama de santidad por su especial humildad, caridad con los pobres y enfermos, espiritualidad y prodigios, con frecuentes éxtasis y visiones celestiales. Famosos fueron también sus diálogos con importantes personajes que acudían a visitarle al convento, atraídos por su fama de santidad. Fray Juan, el siervo de Dios, porque con Dios hablaba desde el blanco rincón de su celda o desde el recoleto de su convento; la beatitud de su corazón orante recordaba, como el sonido de las campanas, la beatitud del Cielo. Asimismo, junto a esta gran consideración por el rezo tuvo una gran devoción a la Cruz y a la Virgen María.

Aquejado de una grave enfermedad y quebrada su salud debido a los trabajos y a las duras penitencias impuestas, falleció el 6 de Febrero de 1687 a la edad de setenta y un años, en el mismo convento de San Diego del Monte donde había residido durante más de cuarenta años. La isla entera de Tenerife se conmovió por la triste pérdida del querido Siervo. Acudió una multitud de creyentes a venerar el cadáver y concurrieron a su entierro feligreses de todas las parroquias de la isla.

La muerte del Siervo de Dios quedó justamente retratada en las páginas de “Vida del Venerable Siervo de Dios Fr. Juan de Jesús” del Padre Fray Andrés Abreu (sin duda, un documento clave para una futura canonización). Recientemente ha salido publicada una cuidada edición de la obra del Padre Abreu a cargo del Instituto de Estudios Canarios. Además, en la citada obra se aborda, con gran interés, destacados aspectos históricos y religiosos de la sociedad tinerfeña del siglo XVII:

“Dispusole el entierro para el siguiente dia à que convocò el dolor, y la devocion toda la Ciudad, y grà parte de los lugares comarcanos, Sàta Cruz, Tacoronte, el Sauzal, y MatanÇa; llamando la noticia de su muerte à quantos avia tenido atentos la experiencia de sus altos fervores, y el clamor de la fama de su perfecta vida. Y Dios que es quien mueve los grandes, y piadosos concursos en semejantes lances, para honrar en el fin de sus días à sus grandes amigos, conmutando sus abatimientos en honras, sus humildades en aprecios, sus persecuciones en glorias, levantando a los humildes, y fieles Mardoqueos de el abatimiento de los zaguanes, para que les sirvan de pajes los Amanes altivos, los aclame el pregon, los passee el respecto, los celebre la Fama, y los admire el mundo, conmoviò los coraÇones de tantos lugares, y pueblos, para que concurriessen à venerar el bendito cadáver, à besar las plantas del humilde, à codiciar las migajas de su xerga grossera.” 

Actualmente, la “Asociación de laicos Amigos de Fray Juan de Jesús – Siervo de Dios”, de Icod de los Vinos, se ha propuesto rescatar del olvido su figura. Asimismo, escenas de su vida se encuentran representadas en una serie de catorce pinturas realizadas por Domingo Martínez de la Peña, y agrupadas bajo el título”Las huellas de la humildad: el legado de Fray Juan de Jesús, el Siervo de Dios”.

Aquí yace el Siervo de Dios Fray Juan de Jesús, muerto en 6 de febrero de 1687:

“Aquí se custodian los despojos de Fray Juan de Jesús, religioso lego de los menores de San Francisco, nacido en Icod en donde fue bautizado en 20 de Diciembre de 1615. Tomó el hábito de la orden Seráfica en el Convento de San Juan Bautista del Puerto de la Cruz, en 22 de Julio de 1646, pasando poco después a ser profeso de ésta santa casa de San Diego del Monte, en donde vivió hasta su muerte ocurrida en 6 de Febrero de 1687. Fue religioso de rarísima humildad y pobreza. Con el dulce encanto de su palabra y ejemplo ponía fuego de amor de Dios en los corazones más tibios y con sus fervorosos clamores sobre el juicio, temor saludable en los más obstinados. R.I.P.”.