Las Fiestas del Cristo de 1947 fueron especiales porque, en su octava, Domingo Pérez Cá­ceres fue consagrado obispo de la Diócesis de Tenerife. El estandarte del Crucificado moreno y los maceros de su Esclavitud participaron en la procesión que trasladó al ejem­plar güimarero desde el Palacio Episcopal a la Catedral, donde, revestido de pontifi­cal, dirigió a los fieles su primer mensaje:

«No apartéis, no volváis jamás el rostro a ningún pobre. Partid vuestro pan con los hambrien­tos, sacrificaos por todos, sin distinción de clases sociales, porque todos somos hijos de Dios».

Muchos hijos ha tenido el Cristo lagunero para que sus tradicionales fiestas se celebraran con solemnidad. Para conocer a uno de los más destacados, trasladémonos a agosto del año cua­renta y siete.

Como la mañana ha sido calurosa, al dormirse el día en brazos del crepúsculo, muchas per­sonas acuden a las plazas a tomar el fresco. Sin embargo, Juan Ríos Tejera se entrega afanosa­mente en su casa a terminar el presupuesto del pregón y cabalgata del Cristo, que ascendió a 16,000 pesetas y fue un acto muy lucido. Fueron unos actos muy lucidos. Después de intensas gestiones, regateos y creatividad, Juan Ríos ha conseguido todos los participantes en la ca­balgata:

Banda de Música del Regimiento de Infantería (1.500 pesetas), Banda de Tejina (500 pesetas), Banda de Tacoronte (500 pesetas), Música de los Salesianos (400 pesetas), Cornetas de Infante­ría (400 pesetas), Cornetas de Artillería (500 pesetas), diez camellos (500 pesetas), mil bengalas y veinte faroles (2.000 pesetas), gigantes y cabezudos (1.000 pesetas), seis carrozas (3.250 pese­tas), adornos de camellos y coches (200 pesetas), veinte personas con trajes de época, doce de ellas a caballo (4.000 pesetas) e imprevistos (1.150 pesetas).

Según se deduce de antiguos escritos pertenecientes a Juan Ríos, el 25 de agosto, la subco­misión del pregón y cabalgata tomó los siguientes acuerdos:

    • Pedir al Cabildo que afrontara el transporte de las bandas de Santa Cruz.

    • Solicitar de Transportes Tenerife y de Punta del Hidalgo el traslado de las bandas de Taco­ronte y Tejina, respectivamente.

    • Dirigirse a las entidades militares, culturales, artísticas, deportivas y comerciales para que hicieran carrozas.

    • Que el adorno de los camellos consistiera en un abanico y en el centro un hombre atavia­do con una farola.

    • Aceptar la participación con carrozas de las siguientes entidades: Ateneo, Juventud Católi­ca, Orfeón «La Paz», Artillería, Aviación, Realeza, Deportivo Estrella, Real Hespérides y Defen­sa Química.

Pero Juan Ríos no sólo organizó actos, sino, también, recorrió la ciudad en busca de ayudas económicas. La Comisión de Fiestas a la que perteneció, presidida por Enrique Simó García, recaudó, entre otras, las siguientes cantidades:
Deportivo Canarias (400 pesetas), Educación y Descanso (400 pesetas), Juventud Católica (400 pesetas), San Benito (400 pesetas), San Diego (400 pesetas), y Academia Iriarte (200 pesetas).

Los programas de actos de las Fiestas del Cristo y de la consagración episcopal de Domingo Pérez Cáceres se hicieron, en el año 1947, en una edición conjunta. Dada la importancia de ambos acontecimientos, se necesitaba una portada atrayente. Acertó la Comisión de Fiestas al elegir al afamado acuarelista Antonio González Suárez, La obra la basó en el óleo de Juan Abreu existente en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Con colores oscuros, difuminados y la perfección pictórica que le caracterizó, González Suárez despertó en el lienzo la entrada del obispo Folgueras por la calle de la Carrera el 13 de junio de 1825, mon­tado a caballo y acompañado de personajes como el marqués de la Fuente de Las Palmas, el conde del Valle de Solazar, Juan de Castilla, beneficiados y el doctor Malleu portando el báculo.

El programa dedicó los siguientes actos al nuevo obispo:

    • Martes, día 16, a las 5 de la tarde, en el Palacio Episcopal, la corporación municipal en pleno, presidida por el alcalde Domingo Bello del Castillo, entregó al obispo Pérez Cáceres el pergamino como Hijo Adoptivo de La Laguna. Luego se descubrió una placa en la calle de la Carrera, que pasó a denominarse Obispo Pérez Cáceres.

    • Jueves, día 18, a las 6 de la mañana, iniciación del gran día mariano en acción de gracias por la exaltación de Pérez Cáceres. En la iglesia de la Concepción, acompañadas de sus cleros, hermandades y cofradías, se concentraron las imágenes de la Candelaria y Santa María de Gracia, de la iglesia de Santo Domingo; el Rosario y la Virgen Difunta, del conven­to de Santa Catalina; el Corazón de María, del convento de Santa Clara; la Virgen de la Correa, de la iglesia de San Agustín; los Remedios y el Carmen, de la Catedral, y la Purísima y la Dolorosa, de la iglesia de la Concepción. Todas estas imágenes, con fieles portando candelas, salieron en procesión, pasando por el Palacio Episcopal, desde cuyo balcón prin­cipal el nuevo obispo presenció el desfile.

    • Viernes, día 19, a las 7 de la tarde, el Cristo fue trasladado a la Catedral para que, ante su cuerpo de amor tallado con fe por los imagineros celestiales, Domingo Pérez Cáceres fuera consagrado obispo.

    • Sábado, día 20, a las 9.30 de la noche, una rondalla y nutridas agrupaciones de danzas y caballeros vestidos con trajes típicos, ofrecieron bailes y cantos al nuevo obispo delante de su palacio de la calle San Agustín.

    • Lunes, día 22, a las 7 de la tarde, en el Teatro Leal, el Orfeón «La Paz» rindió homenaje al obispo con una fiesta de arte.

Las primeras palabras de Pérez Cáceres, en la octava del Cristo, siguen siendo válidas en ca­da septiembre festivo:

«Es imposible amar a Dios sin amar al prójimo. La raíz de la caridad es la fe en Jesucristo, una fe viva, eficaz y formada. Las obras de misericordia son la realización feliz del alma. Tened paz y el Dios de la paz y de la caridad será con vosotros».

No se equivocó Pérez Cáceres porque, cada 14 de septiembre, el devoto lagunero eleva una oración de paz al rostro del Crucificado moreno o deposita con caridad una limosna en la ma­no del pobre de la puerta del Real Santuario de San Francisco.

Septiembre, en La Laguna, es el mes en el que muchas personas rezuman amor: el foguetero que duerme fe en las carcasas para que, en la noche festiva, iluminen el cielo de Aguere con el rosario multicolor de la pirotecnia; la abuela que envuelve su vela de promesa en un cucuru­cho de papel para que la llama de la devoción arda con fuerza durante la procesión; el escla­vo que limpia la hermosa medalla que hiciera Ventura Alemán; la ventorrillera que prepara la carne con el adobo de la tradición, y la parranda que canta a su Cristo del alma:

Despierta el mes de septiembre
con retama y azucena,
para perfumar al Cristo
su cara de amor morena.

Esa cara morena es la que, en el año 1608, se quedó totalmente blanca, como indicando que era la luz de la ciudad. Todo porque, en su fiesta, el Santo Cristo resplandece con el inmen­so amor de los devotos laguneros. Aunque son pocos los que lo han visto cambiar de color, la mayoría sabe muy bien que es un rayo de luz que, en las profundidades del alma, ilumina sen­deros de amor que nos llevarán a ese otro Jardín de las Hespérides que espera la llegada de los nacidos en Aguere. Un hermoso lugar más allá de las estrellas donde podremos formar una nueva esclavitud de entrega a quien nos ofrece un abrazo de protección a cambio de que lo recordemos, de vez en cuando, con el corazón tan abierto como las puertas de ese Real Santuario por el que a diario entra el río de la fe isleña. Y nunca se secará porque su cuenca desbordada entrega al Cristo de los laguneros, trozo de ternura al santo madero crucificado.

Las tejas del horno de La Palma y las piedras del Cercado de María de Párraga y de la cante­ra de Pico Bermejo, sacadas por el cabuquero Pedro González para el convento de San Miguel de las Victorias, guardan datos curiosos del siglo XVI:

El 7 de febrero de 1530, el asiento del solar dado a Diego del Toro para sacar agua quedó en los franciscanos del Cristo, quienes dejaron dicho asiento en Cabildo e Isla para dehesa. En remuneración por tal decisión, los religiosos recibieron 62 fanegas de trigo, aparte del cahíz y 50 fanegas de trigo del año siguiente.

En marzo de 1531, los regidores Valcárcel y Hernández acordaron dar un cahíz de trigo al convento de San Miguel de las Victorias, a cambio de que un franciscano dijese cada semana una misa para la Justicia en el Cabildo y para los regidores los días de cabildo.

El 12 de mayo de 1531, dado el mal tiempo reinante, «hacía brumas y aguas menudas a rato y luego venía sol encima, que perjudicaba al trigo», los franciscanos dijeron nueve misas a Nuestra Señora con trece candelas, haciendo plegarias por el buen tiempo.

En octubre de 1532, al vencer el emperador al turco, en el convento de San Francisco hubo misa y sermón, para lo cual se trasladó una procesión desde la iglesia de los Remedios con cruces, crucifijo y órganos manuales del monasterio del Espíritu Santo, órdenes, cofradías, Justi­cia, Regimiento y vecinos con candelas hechas a costa del Concejo.

Retrocedamos, de nuevo, en el tiempo y oigamos lo que decían, en el año 1947, los organiza­dores de las Fiestas del Santísimo Cristo y el nuevo prelado:

Comisión de Fiestas:

«La ciudad se despierta en volcanes de lirismo al contacto del atrayente y sugestivo gotear de la sangre del Cristo de La Laguna. Toda la ciudad es en las fiestas septembrinas un templo grandioso».

Domingo Pérez Cáceres:

«Juntos navegaremos por los alborotados mares de la vida y es seguro el arribo de nuestras almas a las playas inmortales de la eterna felicidad».

No es la ciudad la que despierta en septiembre, sino los corazones que, como volcanes, erup- cionan de amor al Cristo, cuya sangre, repartida en gotas, corre por las venas de los devotos nacidos en la ciudad en la que el musgo abraza a la piedra y el verol a la teja, un lugar donde todo es amor, hasta en la neblina que, en el atardecer invernal, enamora a los muros de Agüe­re, y en el viejo campanero que acaricia, con un repique festivo, a las damas de bronce de la espadaña de San Francisco.

El volcán más grande es El Risco de San Roque, el cual derrama por la ladera cascadas de fuego y eleva al Cielo estrellas muticolores por las que, el 14 de septiembre, se guía el pueblo para encontrar la fiesta.

Por fin en la plaza. El olor a manzanas se mezcla con el de la cera y el de la pirotecnia con el del adobo. El Cristo avanza en la noche. La traca suelta a sus hijos los voladores vestidos de caña, cartón y pólvora. La ruleta gira las Ilusiones. El abuelo se quita el sombrero. Pasa el Cruci­ficado. Una madre reza en silencio. Más cohetes, ligeros y esrabonados. Canta la parranda, y el Cristo, lentamente, avanza, como si navegara en una plaza convertida en mar, cuyo gentío es la vela grande de un barco que es La Laguna que nunca lo dejará naufragar.

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