Dr. José Toledo González, Dr. en Médicina.

Desde estos pagos de Chasna, desde estas luminosas tierras de Abona, traigo yo, gozoso, la salutación de nuestra señora la Virgen de las Mercedes de Roja para el muy venerado Cristo de La Laguna.
Desde estos toscales, estos jables, estos barrancos, tajos telúricos, barrancos de El Río, de la Orchilla, que nos hermanan a Arico y a San Miguel de Abona, traigo yo, heraldo afortunado, la invocación a la salud para el culto, para el histórico pueblo lagunero.

Frente a Granadilla, mi cuna y mi vocación, Granadilla rural y urbana a la vez, Granadilla erguida, Granadilla humilde e insólita, frente a esta mi Granadilla, se alza la ciudad de La Laguna, plural, universitaria, episcopal y culta.

Montaña Roja como emblema y tótem queriendo rivalizar en belleza con la Mesa Mota, "cima de luz del valle de Guerea" vigía y símbolo laguneros, la Guerea del poeta Arturo Maccanti.

Los atormentados parajes de estos campos sureños, la sequía secular de estos bancales, se acercan, acaso, a través de mí, a la jugosa campiña de la vega de Aguere. Vega que recrea Maccanti en este poema:

Hacia

¿Por qué no yo esta tarde /

hacia la Mesa Mota,/

cima de luz /

del valle de Guerea, /

al hombro la cadena /

de seres que ya he sido,/

los zapatos /

de transitar la vida, el arpa /

de la memoria? /

¿Porqué no yo esta tarde /

diluido /en el crepitar/

de la lluvia?

El pregonero. Soy médico de profesión, cirujano por más señas, y heredero como tal de la antigua estirpe de barberos y sangradores y como tantos otros clínicos tengo un gusto por la palabra y por el verso, y soy descendiente de aquellas gentes "que con el alma injuriada por el peso de inviernos, primaveras y veranos", fertilizaron la gleba con su esfuerzo, escarbando y arrancando a esta tierra cuarteada el sustento imprescindible; o buscándose la vida en remotos confines, en tierras tan extrañas antaño como familiares hogaño, mas allá de los océanos.

Mi recorrido vital ha sido un viaje por etapas y con retorno. Las estaciones de ida fueron Santa Cruz de Tenerife, Cádiz y Madrid. Y Londres como estación de tránsito, los años de especialización. La estación de destino, 37 años de ejercicio de la cirugía torácica en Madrid. Y ahora arribo a las playas de itaca, mi nunca olvidada isla de Tenerife.

En el año de 1950, con 16 años tuve mi primer y único contacto con la Universidad de La Laguna la reválida del bachillerato o Exámen de Estado que aprobé aquel año y a esa edad. Desde entonces tengo una nostalgia por La Laguna, una morriña, una saudade, un desconsuelo; me queda magua de La Laguna, de no haber sido universitario lagunero.

En aquellos tiempos me inclinaba por las carreras de letras, pero éstas se podían cursar en Canarias, opté por estudiar para médico, aunque ésta no era, ni de lejos, mi vocación, eligiendo la medicina más como una forma de evasión, de huida ("las islas, como los hombres, van mar afuera"). Luego entendí que letra a letra se forman las palabras - "palabras, palabras, palabras"; "palabra sobre palabra" y la palabra es lo mismo una herramienta literaria que un arma terapéutica.

Me muevo bajo la impresión de haber pasado por La Laguna, y por la isla, en mis visitas reiteradas, como de puntillas, casi subrepticiamente, observando desde lejos, pero con suma atención, la variedad del paisaje, los cambios de los usos, y las costumbres, las innovaciones del lenguaje de los más jóvenes.

El don de la canariedad.

Después de haber vivido cincuenta de mis sesenta y ocho años fuera de las islas, me pregunto: ¿sigo siendo canario, tinerfeño, chasnero? ¿Sigo teniendo carta de naturaleza canaria?

Permítaseme una corta digresión sobre lo que yo quiero llamar el "don de la canariedad". Se es canario- o catalán o riojano por nacimiento; nadie puede despojarnos de ese titulo, aunque siempre encontraremos quien renuncie a esa condición. También se puede ser canario por residir en esta Comunidad, pero sólo esto, no es suficiente. Y se puede ser canario por trabajar en, por o para Canarias.

Nacido y criado en esta tierra y habiendo trascurrido mi vida laboral lejos de mi lugar de nacimiento ( el gran paréntesis del ejercicio de la profesión) es evidente que no he trabajado en Canarias pero en cualquier caso, si que he trabajado por y para Canarias. O dicho de otra manera: constantemente llevo conmigo, como un estandarte, el nombre de Canarias, el de Tenerife, el de El Sur. Aplaudo y vivo con orgullo los triunfos de mis paisanos, y protesto cuando y cuanto haya que protestar por las injusticias y los olvidos que, con demasiada frecuencia, se infieren a nuestra tierra.

Mi patria es mi infancia; la infancia y el idioma y el paisaje; cuando se contemplan con arrobamiento las majestuosas cumbres de Guajara, cada vez como si fuera la primera; cuando de chico se aprende a decir alpispa, tabaiba, jable, perenquén, balo, goro, chafalmeja tonga, fechillo, verode, millo, tafeña, Fasnia... ya es uno canario para siempre jamás, y se está en posesión del don de la canariedad.

Y quiero añadir que el ejercer de canario, no es una actividad limitante ni debe ser una actitud excluyente. Muy al contrario, el canario ha sido y es tocado por el privilegio de la universalidad, quizás por su condición de insular, por aprendizaje o por tradición.

Los canarios que trabajamos fuera de las islas sufrimos con frecuencia lo que a mí me gusta llamar el "síndrome del exterrado" Un exterrado -y permítaseme el neologismo- es un profesional de la cultura, un artista, o un profesional liberal que por elección o por oportunidad, y no por obligación, se instala lejos de su tierra nativa. Esta situación es con frecuencia resentida por colegas, por compañeros, por amigos. Se suele argumentar por estas personas que los problemas de las islas son múltiples y de muy variada indole, y que afrontar, y no digamos resolver, tales problemas requieren el concurso de todos, incluidos los exterrados y más aún si éstos son personas con sentido crítico, comprometidos profesional y no digamos humanamente. Se trataría de trabajar desde dentro, desde el propio territorio insular, evitando así la dispersión y erosión de los esfuerzos.

En el caso de los canarios que residimos en Madrid se ha constituido, espontánea y tácitamente, un grupo muy influyente de personas integrado por periodistas, escritores, pintores, escultores y profesionales de los distintos campos de la cultura, de la economía y de los servicios que se apoyan unos en otros siempre que alguno de ellos necesite del soporte de los más, al inaugurar una exposición, al presentar un libro, al recibir una distinción.

Este apoyo, esta presencia de manifestaciones profesionales de sus paisanos ha llevado a que algún personaje no canario haya intentado acuñar la expresión "mafia canaria": la respuesta nuestra ha sido que, en todo caso, deberíamos empezar a hablar de la "magia canaria", teniendo cuidado eso si, de no caer en el elitismo, en la exclusión.

La fiesta. Las fiestas, de mi infancia, eran las de San Antoni, patrón de Granadilla y sin duda alguna el "dia de Candelaria" Por San Antonio siempre estrenábamos alguna prenda de vestir o un par de zapatos y la fiesta la vivíamos los mas chicos desde dentro, observando los preparativos de los mayores ilusionados con el engalanamiento del pueblo.

La Fiesta de Candelaria era el ,''jno va más" para la gente del Sur; la asistencia a las celebraciones era masiva y no habia pueblo del que no partieran numerosas expediciones.

El medio de transporte casi único era el camión; Estos vehículos se enramaban y se habilitaban para que los romeros pudieran viajar con alguna comodidad. De Granadilla se salia en la madrugada del día 13 al 14 de agosto, a las dos mejor que a las tres, para arribar al pueblo de Candelaria sobre las siete de la mañana, antes de que el calor apretara.

Son inolvidables aquellas noches serenas, frescas, estrelladas, de la madrugada sureña, insomnes los más chicos pero ilusionados, cansados ya antes de partir. Si tuviera que resumir el recuerdo de aquellas fiestas en una sola palabra, no tendría ninguna duda en la elección CALOR.

El calor lo dominaba todo y a todos: a los niños y a los mayores, a los hombres y a las mujeres. El calor y la sed, sin encontrar la manera.

Primorosa descripción ésta del / paisaje post-bélico de este valle idílico en el que los conquistadores reparaban, quizás, por primera vez, absortos como habían estado hasta ese momento en el fragor de la batalla.

Los clérigos, que en ocasiones precedían a las tropas invasoras, levantaron un cobertizo en honor de Santa María de la Concepción, y a su amparo se construyeron los primeros y humildes habitáculos.

Muchos soldados, decidieron cambiar la lanza guerrera por el arado. Algunos de ellos se dedicaron al pastoreo. La actividad agrícola fue en aumento: al igual que ocurriera en la Península durante la Reconquista, las tierras fronterizas conquistadas fueron ocupadas por colonos, al amparo de las tropas vencedoras.

Vinieron más mujeres y este hecho se tradujo en un mayor orden y sosiego en el proyecto de colonización, jugando en esta primera fase de la conquista un papel importantisimo en el repartimiento de las tierras.

El lugar de San Cristóbal de La Laguna se convirtió en villa, ésta se fue ordenando, adecentando y adecuando a las necesidades que iban surgiendo con el crecimiento poblacional, un auténtico mestizaje formado, según describe Leocadio Machado, por "labradores guanches y portugueses, mercaderes catalanes, ricos italianos, cristianos conversos y esclavos guanches, negros y moriscos, un censo variopinto que con sus pros y sus contras se iba a convertir en la base del futuro pueblo canario".

El crecimiento y desarrollo de la Villa son tales que el 21 de julio de 1521 se dictamina que "... en adelante y para siempre jamás esta Villa de San Cristóbal se intitula de nombre Ciudad. "El tiempo le iría añadiendo apellidos hermosos y sonoros, de acuerdo con su limpia trayectoria: Noble, Leal, Fiel y de Ilustre Historia. Y desde hace menos de un año se le ha de agregar el de Patrimonio de la Humanidad.

Demos un salto en la Historia. Paulatinamente la ciudad se va conformando hasta convertirse en la urbe moderna que es en la actualidad. Una ciudad singular con una riquísima arquitectura civil y religiosa, rodeada, aún, de la feraz campiña de Aguere.

Tres viajeros de condición dispar, al descubrir La Laguna escribieron sobre la primera impresión que la ciudad les produjo: dos eran españoles, uno canario y otro peninsular; el tercero irlandés.

El Dr. Wilde, dublinés, médico de profesión y cirujano por más señas, describió en su libro "Visita a Madeira, Tenerife y la ribera del Mediterráneo" su impresión sobre La Laguna en el año 1844.

Don Miguel de Unamuno describió sus impresiones en su libro "Por tierras de Portugal y de España" escrito en 1910.

Finalmente, Arturo Maccanti, que vino por vez primera a Tenerife a estudiar en la Universidad de La Laguna en 1951, se quedó aquí para siempre.

El Dr. Wilde escribe:

"Esta bonita ciudad ofrecía una apariencia de total abandono; apenas sí se veía gente en las calles, las malas hierbas crecían desordenadamente; en los tejados se observaban abundantes verodes; no se oía el acorde de una guitarra ni se advertía que nadie nos estuviera observando de detrás de las cortinas escasamente se oía algún ruido como para confirmarnos que el lugar estaba habitado".

EL viajero le confirma que ya no está en Europa el hecho de observar los numerosos camellos que encuentra en su primer desembarco.

En cuanto a Unamuno, no debía estar D. Miguel del mejor de los humores, cuando despachó la visita a Santa Cruz de Tenerife de esta manera:

"Nada he de deciros de Santa Cruz, solo que ya allí empezó a impacientarme la lentitud de los hijos de esta Tierra. Ya allí empecé a sentir los efectos de la soñarrera, de la dulce modorra del aislamiento".

Y sobre La Laguna escribe:
"En La Laguna un silencio y una soledad que se me metían hasta el tuétano del alma. En el cielo bruma, una bruma del ensueño, de soñarrera. Unas calles largas, largas como el ensueño; en el fondo una torre oscura tronchada. Acá y allá casas con salientes miradores de madera, de celosías..., unos miradores tras de los cuales se adivina a la dama que espera, desde hace siglos. En algunos tejados el verode, una planta que parece un pequeño pino. Pero han empezado a quitarla, quitándole carácter a la población, porque aquellas humildes plantas son algo a la vez decorativo, simbólico".

Es curioso observar cómo la primera impresión que recibió Arturo Maccanti de la ciudad de La Laguna, en 1951, no difiere en mucho de la que experimentaron Unamuno, a principios del siglo XX o Wilde a mediados del XIX: el silencio, las calles semivacías, en suma, la languidez de la actividad ciudadana.

Escribe Maccanti: "La ciudad desde el primer momento y a la luz de mis pocos años me pareció un nuevo mundo. Parecía que todo se había detenido en ella, que la historia no había pasado de largo, salvando sus casas, sus plazas, y sus calles. En ella yo descubría un alma activa y presente, como si la ciudad, creada milagrosamente, hubiese sido trasladada desde otra realidad y puesta en aquella llanura inesperada. Yo venía de una ciudad que empezaba a moverse y crecer, idéntica impresión que tuve también la mañana de mi llegada al puerto de Santa Cruz, tan animada de navíos, de movimiento urbano, de historia, de tráfico callejero, de ruidos. La Laguna en largamente aquel momento se salía del esquema mental que había concebido para una cultural y ciudad. Por primera vez me encontraba con un camino sin nadie y con una calle sin nadie, me hallaba "por viejas calles y por frondosas plazas desiertas", donde el viento, habitante invisible, "murmuraba rancias consejas y tradiciones", como lo había definido, tiempo atrás, el poeta Manuel Verdugo".

El Ateneo. Se entiende a los pueblos no sólo por sus ciudadanos sino también por sus instituciones, que forman masa común con aquellos. Instituciones destacadas de La Laguna han sido el Orfeón La Paz, la Real Sociedad Económica de Amigos del Pais, la Universidad y el Ateneo. 

A través de sus más de noventa años de existencia el Ateneo de La Laguna ha cumplido largamente con su papel de dinamizador cultural y agitador de las ideas. Sus propuestas para fomentar las libertades de pensamiento, expresión, asociación, en definitiva de apoyo a la democracia fueron un ejemplo de decisión y civismo.

Es de resaltar el comportamiento de las sucesivas directivas del Ateneo a partir de los primeros años sesenta. En aquel ambiente cerrado, ausentes las libertades, la lucha por la restauración de la Democracia exigió un esfuerzo inteligente y perseverante. Con los escasos medios disponibles, y con casi todo en contra, el Ateneo abrió sus puertas, primero tímidamete y luego de una manera decidida, permitiendo la entrada del aire limpio y fresco de la, cultura y de las ideas, el aire renovador y refrescante de las libertades que fue arrinconando los dogmatismos, las prohibiciones, la censura y demás malos frutos de la larga dictadura.

El Ateneo fue centro de tertulia de hombres ilusionados con que el paréntesis que supuso la larga temporada del fascismo en Canarias no se prolongara demasiado y fue también centro de provocación de jóvenes como Elfidio Alonso o Alonso García Ramos.

Uno a uno y no sin riesgo a veces dueron desfilando por el Ateneo muchas de las principales figuras del pensamiento progresista. El Ateneo alcanzó un estatus similar al que obtuvo la propia Universidad cuya acción cultural, sobre todo en los referidos años sesenta, fue claramente antifascista, en connivencia sin duda con el propio Ateneo, cuyos conferenciantes eran universitarios venidos de la Península o residentes en Canarias, con una doble ventaja para los canarios: beneficiarse de la presencia e ideario de cada uno de los visitantes, y por otro lado llevar a la Península este mensaje: si en España las cosas están mal en Canarias están mucho peor.

Como consecuencia de la reunión de la tradición cultural republicana con la esperanza de una universidad y de una cultura nueva nacieron Los Sabandeños. No se puede olvidar hoy que la primera actuación de este grupo fue en el Ateneo de La Laguna, presentada por Alfonso García-Ramos. Un grupo que dio voz a una inquietud musical y que fue también, durante años, un emblema progresista de una manera de entender la tradición y la modernidad de Canarias. Y no se olvide que la segunda actuación de este grupo folklórico, que entonces no era tan sólo un grupo folklórico, fue en la Universidad de La Laguna; y que contribuyó, en épocas mejores para el pleito insular, a juntar Las Palmas con Tenerife.

De la tradición humanista del Ateneo hay muchos ejemplos; de su tradición humana hay aún ejemplos muy hondos y no podemos olvidar hoy que fue el lugar donde los isleños dimos el último adiós a ateneistas irrepetibles, Alfonso García-Ramos y Alberto de Armas.
Haciendo el perfil de sus figuras,uno haría el perfil del Ateneo.

El Sur como norte. Se lo tengo dicho a mis amigos: cuando por fin me decida a escribir sobre el Sur y, más especificamente sobre el Sur de Tenerife, ya tengo dos de los elementos básicos para cualquier tipo de escritura: el titulo y el sentimiento -sólo me falta el contenido.

El sentimiento es esta querencia que yo tengo por este lado de las montañas, por este desgorrife geológico, por este cataclismo lávico, por esta desolación. Por esta hondura.

El título, el Sur como norte, el Sur como objetivo, como biografia, como orientación, como guía. Yo no puedo ser más del Sur: soy del Sur, del Sur geográfico y por sociología soy también un hombre del Sur, muy del Sur.

Cuando yo tenía diez años y estudiaba el primer curso del Bachillerato en el Instituto Ireneo González, tenía tal nostalgia por mi pueblo que cada vez que encontraba plaza en un camión regresaba a mis horas; invariablemente me asaltaba un sentimiento: el Sur empezaba en Güimar, es decir, pasado Güimar. Y es que había algo en los gestos, en los modos, en los hábitos de los guimareros que los diferenciaba del resto de las gentes del Sur, gestos y modos asimilables a los de los chicharreros. Disponían de alumbrado eléctrico, un servicio que no se volvería a disfrutar carretera adelante,hasta que se llegaba a Granadilla. Creo recordar que ya entonces Güimar no tenía titulo de ciudad y bien que se lo merecía.

Estamos en 1943, 1944. En esos años, para comprar y para vender, y también para estudiar, había que recorrer desde Arona, por ejemplo, cuatro y cinco horas camioneras, incontables curvas; yo recorrí tantas veces la Carretera General del Sur en los siete años del Bachillerato que era capaz de seguir, con la memoria y una a una, todas las curvas habidas entre San Miguel y Santa Cruz de Tenerife. La distancia se traducía en aislamiento. Por si fuera poco problema el de la fragmentación del territorio canario, la mayor parte de las islas estaban y están a su vez divididas, por la cordillera central, en dos mitades radicalmente distintas: Norte y Sur en Tenerife, Gran Canaria, La Gomera y El Hierro; Este y Oeste en La Palma.

Por esta circunstancia, el Sur no sólo estaba alejado de la capital si no que lo estaba más aún de los pueblos del Norte. Por sus singularidades no podríamos considerar a La Laguna como "el Norte", La Laguna era La Laguna, pero sí era "el Norte" a efectos de distancia. Y Santa Cruz era "la capital".

De manera que en aquellos tiempos se podían distinguir cuatro unidades geográficas: Santa Cruz, La Laguna, "el Norte" y "el Sur". Y esas unidades geográficas imprimían carácter, uniformaban a los de la misma comarca y las distinguian, a su vez, del resto.

Hasta los años setenta se daba una circunstancia adicional que influía negativamente en el desarrollo económico del Sur: las comunicaciones, el hondo Sur estaba tan lejos! y los barrancos eran tan misteriosos como inconvenientes, obligando a un trazado sinuoso de la carretera; mientras que el Norte con una orografia menos atormentada, permitía trazados de mayor fluidez.

Visto desde el aislamiento al que estábamos sometidos en el Sur en aquellos años, el Norte se nos aparecía deslumbrante, feraz, rico, lejano y casi ajeno a nosotros, hasta que un día descubrí que el mago del Norte es tan mago como el mago del Sur -y no hay nada peyorativo en esta aseveración- máxime teniendo en cuenta que yo disfruto de la calidad de mago, y a mucha honra.

La oferta docente en el Sur era escasa y todo se reducía a la enseñanza primaria; con el tiempo se fueron introduciendo algunas academias privadas, pero los estudiantes de segunda enseñanza se podían contar con los dedos de una mano.

En los pueblos del Sur de aquellos años primaba una economía de subsistencia, una economía de trueque.

No circulaba el dinero -no había dinero- y el poco que existía se lo repartían el cura, el farmacéutico, y el tendero. Yo he visto con pena, con mucha pena, a las barqueras de El Médano o Los Abrigos, implorando a mi madre que les diera algo a cambio de pescado -higos picos, higos pasados, papas, cualquier cosa pescado. Recordaré que las barqueras hacían a pie, si no encontraban un camionero solidario, el recorrido de once kilómetros entre El Médano y Granadilla con la pesada carga a la cabeza en un prodigioso equilibrio. Y en esos once kilómetros pasaban del nivel del mar a una altitud de seiscientos cincuenta metros. También recuerdo al vendedor de lechones volviendo a su pueblo del Norte sin haber vendido ni un solo cerdito.

De mi infancia recuerdo un paisaje primigenio, intocado, la tosca y la lava labrados, a través de los siglos, por las lluvias torrenciales, los persistentes alisios, las mareas. Las montañas, burbujas de lava en su génesis, aún no habían sufrido las “dentelladas secas y calientes” de la palas mecánicas ni la permisividad de los ediles y funcionarios. Los cultivos de tomate, monocultivo durante muchos lustros, -aún no se habían introducido los invernaderos- se refugiaban en las hoyas, tibias de temperatura y al socaire de los vientos, con lo que el paisaje  permanecía puro, igual, homogéneo.

He mencionado los camiones como medio mecánico de transporte de mercancías y de personas. A nivel local las funciones del camión las asumían los camellos, un animal multiuso. El camello era pues, no sólo un animal de carga, de transporte de mercancías, sino elemento de tracción para el arado, además de transporte privado. Los camellos -en realidad dromedarios- jugaban un papel imprescindible en las cabalgatas de las fiestas -no digamos en la de Reyes- y hasta se celebraban carreras de dromedarios, como las tradicionales de El Médano, hoy desaparecidas. No había agricultor, por modesto que éste fuese, que no poseyera un camello. Para bien o para mal, estos animales han desaparecido de la escena sureña.

Los chicos de mi generación tuvimos una infancia feliz no obstante la escasez de juguetes caros o sofisticados, o de otras carencias por el estilo. La mayor parte de los juguetes era de tipo artesanal y siempre había un padre, un tio, o un pariente que literalmente esculpía
un trozo de madera transformándolo en un trompo primoroso; o nosotros mismos, que amasábamos el barro para transformarlo en unos boliches rudimentarios pero satisfactorios.

Yo pude estudiar en Santa Cruz gracias al afán de mis padres y a la generosidad de los familiares que me acogieron por un largo periodo.

Por aquellos años ya se encontraba en Santa Cruz todo lo que niño de aquella época pudiera desear, mucho de ello desconocido en el Sur: para mí fueron un hallazgo "chicharrero" los helados y los churros. En las escasas ocasiones en que yo disponía de algún dinerillo extra, me confortaba con un cucurucho de mantecado helado, por cincuenta céntimos si no recuerdo mal y que yo ingería con fruición. Frente a la delicadeza del helado, la contundencia de los churros: por las mañanas, si el bolsillo lo permitía, camino del instituto me zampaba una decena de porras en el corto trayecto que mediaba entre la plaza de Weyler y la de Ireneo González.

Pero lo que fue para mí un verdadero hallazgo fueron los colorines, que empecé a leer con avidez. Más tarde encontré otro medio de lectura, la prensa deportiva que leía esporádicamente y seguí leyendo durante muchos años y estoy seguro de que contribuyó a aumentar mi vocabulario castellano y a que redactara mejor. (Unos pocos años más tarde y todavía estudiante de Bachillerato, envié al diario El Día algunas colaboraciones espontáneas, siempre publicadas y sin que mediara otro tipo de relación entre las partes. Recuerdo al menos dos títulos de mis colaboraciones, una: "El Sur, redimido", que envié con ocasión de la llegada a Granadilla del agua vivificante a cargo del canal del Sur. Y el otro titulado "Fiesta en el pueblo" cuyo contenido se explica por si mismo. También colaboré ocasionalmente en Aire Libre, al que estuve suscrito algunos años.

El Sur se ha transformado radicalmente, la población se ha desplazado de las medianías a la costa; se han abandonado casi totalmente los cultivos tradicionales y en la costa triunfan el cemento y las luces multicolores. Se han perdido las señas de identidad, la cul-
tura autóctona.

El destrozo paisajístico ha sido mayúsculo; aquí han primado la especulación y el desmedido ánimo de lucro. Si todavía estamos a tiempo, estimo que se debe reorientar la política de desarrollo, definir el tipo de sociedad en que queremos instalamos, y establecer un catálogo de prioridades sociales.

La escasez de medios que sufrimos en la infancia contrasta con la abundancia de hogaño: la sociedad posindustrial nos ha dado un individuo que ha pasado del goro rudimentario a la discoteca de luces cegadoras, sin casi haber pisado la escuela.

Dos poemas he elegido que pueden ser representativos del Sur y del Norte; el del Sur es un soneto escrito en Fuerteventura por Unamuno, que interpreta como pocos escritores, la tierra y el hombre del Sur sociológico: poema seco, escueto, elemental. El otro, un poema jugoso, verdeante, ubérrimo: "Canto a Aguere" en versos del poeta majorero Domingo Juan Manrique:

Soneto

Ruina de volcan esta montaña/ 

Por la sed descarnada y tan desnuda/

Que la desolación contempla, muda /

De esta isla sufrida y ermitaña./

La mar piadosa con su espuma baña /

Las uñas de sus pies, y la esquinuda /

Camella rumia aqui la aulaga ruda, /

Con cuatro patas colosal araña. /

Pellas de gofio, pan en esqueleto/

Formana a estos hombres, lo demás conduto /

Y en este suelo de escorial escueto/

Arraigado en las piedras, gris y enjuto,/

Como pasó el abuelo pasa el nieto,/

Sin hojas dando sólo flor y fruto.

Canto a Aguere

Bajo un cielo de luz esplendorosa, /

De fertil vega en la pendiente suave/

Bañada por la brisa cadenciosa, /

Aparécese Aguere en quietud grave, /

Cual preciado tesoro, /

Sobre regio tapiz de verde y oro. (...)/

Alli está, sin rival; del ancho seno /

Del que fue en otros tiempos/

Lago umbroso,/

Cuyo cristal sereno/

Sirvió de espejo al guanche valeroso,/

Y a cuya agreste orilla los Menceyes/

Proclamaron sus dogmas y sus leyes,/

Surgió Aguere feliz, valle envidiable, /

Aromado vergel, fresco y florido, /

Rincón incomparable /

Que atesora el Atlántico, escondido/

En el suelo nivario:/

Brillante perla del edén canario. /

Hasta el altivo Teide, ese coloso/

Que de lejos admira el navegante, /

Sublime y majestuoso, /

Eleva allá su mole y, palpitante,/

Para verla a sus anchas, se abre paso/

Por cima de las brumas del ocaso


Invocación. Pido a los laguneros una mirada solidaria sobre el aún irredento Sur, les pido su apoyo para una más equitativa difusión de la cultura.

Les pido su contribución para lograr una universidad "exogámica", que salga de su entorno y se disemine por todo el ámbito insular.

Y le pido al Santísimo Cristo de La Laguna que propicie las circunstancias para que tanto los laguneros como sus invitados podamos disfrutar de unas FIESTAS plenas de fervor, de ingenio, de divertimento y de alegría. Muchas gracias.