Ejercicio del Vía Crucis

Es tiempo de Cruz. De detenernos, observar y meditar el doloroso camino de Cristo con la Cruz a cuestas por las empedradas y angostas calles del viejo Jerusalén, hasta su muerte en el Calvario. Este Vía Crucis, tiene como objetivo principal que el misterio de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo nos haga, desde la fe y con el corazón lleno de la esperanza Pascual, contemplar el sufrimiento de un hombre bueno, del Hijo mismo de Dios, que entregó su vida por nuestra salvación.

Sean cada una de las catorces estaciones que lo forman una parada de nuestro espíritu ante la vorágine de nuestros días. Dejemos nuestras pesadas cargas de hombres, para tomar, como el Cirineo la Cruz de Cristo. Acompañarlo hasta el Calvario y compartir su dolor. Ese dolor que sigue hoy estando presente en los pobres, en los necesitados, en los marginados y excluidos, en los faltos de libertad, en los perseguidos, en los sufrientes, en los que caminan por tinieblas, en los que buscan el rostro de Dios.

PRIMERA ESTACIÓN

«Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado» (Mc 15,15).

Jesús había dicho: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Por nuestras críticas injustas;

por nuestros juicios inmisericordes

para con las personas;

por nuestras condenas

tantas veces dictadas

sin conocimiento de causa;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

SEGUNDA ESTACIÓN

«Tomaron a Jesús, y él cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota)» (Jn 19,16-17).

Había dicho Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24).

Por nuestra pereza y comodonería;

por escabullirnos cuando nos necesitan;

por nuestro egoísmo;

por nuestra indiferencia ante el dolor

o las necesidades de los otros;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

TERCERA ESTACIÓN

Jesús, doblado por el peso de la cruz, cayó al suelo. «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca (Is 53,7).

«No me abandones, Señor; Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación» (Sal 37,22-23).

Por nuestro desamor;

por nuestra frialdad en el trato;

por nuestra descortesía y acritud;

por nuestro desapego,

que no nos deja

reconocerte en las personas

y especialmente en los que sufren;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

CUARTA ESTACIÓN

Siendo Jesús niño, el anciano Simeón en el templo había profetizado a María: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones (Lc 2,34-35).

Y a ella, a la madre, podríamos aplicarle las palabras antaño proclamadas por el profeta: «¿A quién te compararé, a quién te igualaré, hija de Jerusalén?; ¿con quién te equipararé para consolarte, doncella, hija de Sión?; pues es grande como el mar tu desgracia» (Lam 2,13).

Por nuestros desencuentros

y desentendimientos;

por alimentar rencillas y rencores;

por nuestros choques;

por nuestras rupturas y enemistadas;

por negar la palabra y la ayuda

a los hermanos;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

QUINTA ESTACIÓN

«Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz» (Mc 15,21).

Pablo, buen conocedor de Jesús recomienda a los de Galacia: «Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Gál 6,2).

Por nuestra falta de solidaridad;

por nuestra falta de unión;

por nuestras antipatías

celosamente cultivadas;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

SEXTA ESTACIÓN

En una ocasión, Jesús habría contado aquella parábola: «un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas…» (Lc 10,33-34).

Ahora fue una mujer la que sintió compasión por él y le enjugó el rostro con su lienzo. «Y por último, —recomienda San Pedro en su primera carta— tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición» (1Pe 3,8-9).

Por nuestros prejuicios

que nos impiden sentir compasión

y actuar como el buen samaritano

y como Verónica;

por nuestros desprecios

hacia los que son de otra raza o color,

de otro país o condición social,

de otro partido o grupo,

de otro modo de pensar;

por rechazarte cada vez

que hemos rechazado a alguien;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

SÉPTIMA ESTACIÓN

Cómo se cumplen en Jesús las palabras del salmo: «Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. Soy un extraño para mis hermanos» (Sal 68,8-9).

Había dicho Jesús: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra» (Mt 5,38-39).

Por nuestras mentiras y fingimientos;

por nuestras simulaciones

y por nuestras faltas de honradez;

por nuestra hipocresía;

por no aceptar nuestras debilidades

ni asumir nuestras culpas;

por responder a la violencia

con violencia;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

OCTAVA ESTACIÓN

«Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él» (Lc 23,27).

Dijo entonces Jesús: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos… porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,28.31).

Por nuestros fingimientos,

incluso en las cosas de la fe;

por nuestras lamentaciones,

que no conducen a nada

y nos dejan pasivos;

por nuestras cobardías

para plantarle cara a los problemas

y para llamar las cosas por su nombre;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

NOVENA ESTACIÓN

Se cumplía en Jesús el cántico del Siervo del Señor: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Is 53,4-5).

«La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. Espero compasión, y no la hay; consoladores, y no los encuentro. Soy un pobre malherido» (Sal 68,21.30).

Por creernos buenos;

por no reconocer nuestro pecado;

por nuestros desalientos

que desalientan a los otros;

por dejarnos llevar por la rutina

y apagar en nosotros el deseo

de la vida nueva que viene de ti;

por claudicar en las dificultades;

por buscar sólo la vida fácil;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

DÉCIMA ESTACIÓN

«Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. 24 Y se dijeron: ‟No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca”» (Jn 19,23-24).

Jesús había dicho: «Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas» (Mt 5,40-42).

Por robar a los otros lo que es suyo;

por no defender los derechos humanos;

por los salarios indignos;

porque apoyamos

con nuestras actitudes,

unas estructuras, una sociedad

y un mundo cada vez más inicuos;

por nuestras injusticias

personales e institucionales;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

UNDÉCIMA ESTACIÓN

«Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Lc 23,33). «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8).

«Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos» (Sal 21,17-18).

Por nuestros rencores;

por nuestra ira;

por nuestra violencia

manifestada a veces en palabras

y a veces en acciones;

por las pequeñas batallas

domésticas o de vecindario

y por las guerras

que asolan nuestro mundo;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

DUODÉCIMA ESTACIÓN

«Jesús, clamando con voz potente, dijo: ‟Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (Lc 23,46).

«Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8).

Por la frivolidad de nuestros ambientes

y por nuestras aportaciones a ella;

por tantos gastos superfluos;

por la ostentación y el derroche

que hacemos incluso a veces

tomando pie en la eucaristía

y en el matrimonio;

por nuestras soberbia y prepotencia

que humillan a los otros;

por nuestras faltas de respeto a la vida;

por nuestra desatención

a los indigentes e inmigrantes;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

«Junto a la cruz de Jesús estaba su madre» (Jn 19,25).

Había dicho Jesús: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21).

Por nuestra falta de intimidad contigo;

por no valorar la oración

o por no dedicarnos a ella;

por nuestras múltiples y cotidianas

infidelidades a tu Evangelio;

por dejarnos llevar por las supersticiones

que infantilizan nuestra fe;

por no valorar los gestos

de cercanía y de ayuda

de quienes se preocupan por nosotros;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.

 

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

«Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús» (Jn 19,41-42).

Había dicho Jesús: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día» (Mt 17,22-23).

Por nuestra desesperanza;

por nuestro derrotismo;

por nuestra inconstancia en el trabajo,

en el servicio y en la caridad;

por nuestras tristezas

que desaniman a los otros;

Señor, ten piedad.

R./ SEÑOR, TEN PIEDAD.