Ilustrisima alcaldesa.

Excelentísimo Ayuntamiento pleno de la Noble Ciudad que nos acoge.

Dignísimas autoridades.

Señoras y señores.

La amable invitación que me trae a esta tribuna es un honor para el Presidente del Gobierno de Canarias, porque esta noche celebramos una de las señales más hermosas de nuestra identidad, una clave de paz y concordia que crece con los siglos y nos une más allá de nuestras diferencias. Celebramos una reliquia viva, un valor sin cuestión que tiene asegurado el porvenir en el fervor y la gratitud que siempre le acompañan.

Es un honor personal e institucional pregonar las famosas y esperadas Fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna, en un rito entrañable de nuestra biografía particular y colectiva; que nos implicamos en un grato y sagrado deber que han cumplido sin excepción, los hombres y regímenes que, con luces y sombras, se han sucedido en el gobierno de nuestro territorio.

Aquí las proclamó el primer Cabildo, la corporación de los regidores perpetuos, y aquí y ahora, con el mismo sentido y protocolo, las proclaman los genuinos representantes del pueblo soberano, unidos por el amor común a La Laguna, expresado con las legítimas diferencias que sustentan y justifican la democracia.

San Cristóbal de La Laguna ha sabido responder en todo momento a las exigencias de la historia. Durante tres largos siglos albergó el poder político, militar y económico; fue pionera de los estudios superiores en las cátedras conventuales y abrió las primeras universidades religiosa y pública, donde se formaron, y se forman, canarios de las siete islas; sede de la Diócesis Nivariense y capital de un municipio constitucional que, tras la división impulsada por la Constitución liberal de 1812, redujo su jurisdicción en favor de los nuevos ayuntamientos, pero no limitó su peso objetivo en el conjunto insular, del que sigue siendo una referencia imprescindible.

Noble y culta", "dueña y señora", "Prima Inter Pares". Estos y otros adjetivos abundan en la bibliografia de la urbe construida bajo las pautas áureas del Renacimiento; la ciudad "muy principal y principesca que no deja indiferente al viajero sensible", como descubrió la cubana Dulce María Loynaz, Premio Cervantes de 1982, durante "Un verano en Tenerife".

La ciudad de templos y conventos, torres y espadañas, tapias y ajimeces, ermitas, capillas y cruceros que delimitaron y bautizaron los sectores populares.

La ciudad exacta en dimensión y carácter, con lujos y modestias, palacios, casas principales y viviendas terreras en funcional relación; la ciudad oculta en balcones y miradores: cautelosa y confidencial en las intimas plazuelas y abierta y cordial en sus plazas suntuosas y despejadas.

Es la ciudad blasonada, de calles breves y misteriosas que llevan siempre a buen destino, y "de calles largas y rectas, como el ensueño", por las que desfilaron marchas civiles y religiosas, cortejos de regocijos penitencias y escarmientos públicos; las centenarias calles de los trajines y  fastos urbanos; las calles que recorrió aquel "pensador por cuenta propia" llamado Miguel de Unamuno, en busca del espiritu que escruta, late y suspira detrás de las celosías; entre la cal y la piedra,debajo de los tejados coronados por bosquecillos de bejeques.

Es el centro político, administrativo y comercial de un término que comprende aldeas seculares, colgadas de los phegues de Anaga y modernas urbanizaciones en la periferia; pueblos de larga tradición agrícola, enclaves pesqueros reconvertidos al uso residencial y turistico, áreas industriales y comerciales y, también, paisajes silvestres inactuales, como arrancados de un cuaderno romántico.

Y va desde un punto de vista más personal e íntimo, La Laguna es la ciudad de mi infancia, la cuna de mi propia madre y, por lo mismo, también buena parte de mi propia cuna. Es ese espacio feliz de los veranos de chico y adolescente en la vega lagunera, del tiempo de los descubrimientos y aventuras inaccesibles para los jóvenes encerrados en cascos urbanos, Es también para mí el momento del salto a la vida universitaria, ese ámbito donde conviven como nunca la fragua de la madurez y la explosión de las ilusiones de juventud.

Siempre recordaré mis primeras carreras en la zona que conocemos como Pozo Cabildo, los paseos en bicicleta hasta San Diego, las excursiones a la Mesa Mota, las pequeñas cabalgadas en aquel burro de carga que, cuando menos, se nos antojaba una especie de Rocinante a los amigos. Los meses que cada año pasaba en La Laguna siempre se extendían más allá del verano. Las viandas y agua para refrescarnos eran lo único que los niños de entonces necesitábamos allí para crecer felices en un entorno muy vinculado a la naturaleza.

Hlaciendo recados y compras para mi madre, recorrí las calles de la ciudad en bicicleta, las mismas que años más tarde contemplaría subido en aquella motocicleta de mi hermana mayor que, con los años y los fraternales descuidos de ella, acabaría siendo mía.

Y recuerdo con cariño aquellos viajes diarios a Santa Cruz, para no perder sus clases, en el coche de mi padre, que paraba continuamente a recoger gente, subiendo o bajando por la carretera vieja. Y aquel viejo columpio, hecho por él, que aún hoy recuerdan muchos de quienes se criaron en aquella ciudad que se desperezaba para convertirse en la moderna urbe que hoy es.

En las posteriores visitas junto a mis hermanos a aquella antigua finca nos aguardaba siempre un viejo membrillo. Se sostuvo muchos, muchos años. Y no sólo a sí mismo, Sostuvo entonces y ya para siempre el recuerdo compartido y familiar de unos días muy felices, como si fuera un espejo o una pantalla donde podían volver a proyectarse los mejores momentos de una inlancia recuperada.

Y he querido introducir este pequeño paréntesis personal en mi visión de La Laguna porque para cada uno, cualquier espacio puede ser abordado v descrito desde muchos puntos de vista; pero es el tamiz de la memoria personal el que aporta un inapreciable valor a los lugares donde crecimos, donde nos creamos como lo que somos, más allá del valor monumental, histórico, artístico o natural de su trama urbana o rural.

Y refiriéndome ya a esos otros valores, la Unesco premió su brillante pasado y su casco monumental como una armónica sucesión de estilos - desde el gótico tardío y el renacentista hasta el neoclásico y el modernismo y la reconoció como modelo de las "ciudades de paz" que, desde el siglo XVI, se levantaron en las tres Américas.

El título de Patrimonio de la Humanidad, que con tanta justicia y orgullo ostenta desde el año 2000, recac también en una ciudadanía inquicta y culta que ha preservado y mejorado su espacio y estilo urbano; que salvaguarda e instiga el caudal de sus tradiciones; que alienta las más veteranas instituciones dedicadas a la investigación y difusión de la cultura, y punteros centros científicos vinculados a nuestra Universidad de La Laguna, cofradías religiosas de tan digno recorrido como la Real y Pontificia Esclavitud del Santísimo Cristo, y sociedades civiles de tan clara ejecutoria como el Atenco; asociaciones musicales de tanto crédito como el Orfeón La Paz; y entidades culturales, deportivas y vecinales llenas de vida y comprometidas con el progreso de la ciudad como la más genuina capital cultural de Canarias.

Esta es la ciudad que, en el tránsito de las estaciones grave o risueña y que, en cualquier caso, sólo quiere ser ella y parecerse a sí misma; la cuadrícula representativa y funcional donde se desenvuelve y sintetiza la vida ciudadana; donde alternan en armonía los trabajos y los ocios; donde corren a la par, afectos y rumores; donde se cambian impresiones y contrastan criterios; donde se hacen y rompen acuerdos y negocios; donde se gastan y cobran bromas; donde se crean, viven, comparten y queman las fiestas.

Por merecimientos propios, esta Noble Ciudad, es Patrimonio de la Humanidad. Pero no podemos olvidar que también es, en primera instancia, un activo de nuestra Comunidad Autónoma, que debemos proteger e imitar; porque, quinientos años después de su nacimiento, revela valores urbanísticos y sociales en plena vigencia: modelos claros y precisos para hacer ciudades a la medida y al gusto de los hombres.

Permitan que aproveche el lugar y la hora para llamar a todos al objetivo común de adecuar La Laguna a alguno de sus retos nuevos; a la tarea común de diseñar y programar un futuro en consonancia con su pretérito esplendor, y con las exigencias de bienestar de una sociedad libre y culta del siglo XXI.

Hace ya más de una década, tuve el honor y la suerte de impulsar desde el Cabildo elementos multiplicadores del dinamismo cultural de la ciudad: Unos mirando más al pasado -el Museo de la Historia de Tenerife -; otro más al futuro: el Museo de la Ciencia y el Cosmos o el nuevo campus universitario.

Hablaba antes de las singularidades históricas de La Laguna, porque sin duda es uno de los más grandes baluartes del devenir de Tenerife y de Canarias. La Laguna ha servido y aportado durante siglos a nuestro destino colectivo. Es el momento de que ahora La Laguna se sirva de nuestra historia y de su situación, de las contribuciones que el tiempo ha cristalizado en el término lagunero y de su privilegiada centralidad, sobre todo como nudo para las comunicaciones rápidas, aéreas, con el conjunto de Canarias. A ese activo histórico y geográfico indudable se une otro tanto o más poderoso: la íntima vinculación establecida con La Laguna por los miles y miles de canarios de todas las islas que se forjaron aquí como profesionales como hombres y mujeres que aprendieron a convivir, a mezclarse y a sellar vínculos de unión con todas las islas. La Laguna es ciudad de encuentro de todos los canarios: de los de aquí, de los que pasaron por aquí, de los que se quedaron aquí.

Y por todas esas circunstancias, es un magnífico punto de reunión de toda Canarias que estamos en buenas condiciones de aprovechar. Todo ello convierte o puede convertir a La Laguna en algo más que una ciudad. en una supraciudad en la que todos los canarios están cómodos, porque a su centralidad geográfica y aérea, a su referente histórico y vital, une esa condición emocional, sentimental, de los canarios de todas las islas que acabaron de crecer aquí y para los que La Laguna es su segunda casa. Esa residencia común, tranquila, con el encanto de las antiguas ciudades que han sido y son siempre, en cada tiempo, fusión de tradición y modernidad. Para avanzar en ese camino se ha de combinar la revitalización del conjunto histórico y patrimonial con los elementos que faciliten la comunicación y el encuentro con todos los canarios.

La Laguna que todos descamos resulta imprescindible para consolidar una comunidad cohesionada: una Canarias equilibrada territorial y socialmente: justa, solidaria y capaz de garantizar los derechos básicos las demandas legítimas de la ciudadanía; atenta a las necesidades de los sectores más débiles de la población: y a la vanguardia en las causas de la libertad, el progreso y el entendimiento de los pueblos.

El pregón de esta noche también es un honor personal para Adán Martin y, como tal, lo agradezco a la señora alcaldesa y a la digna corporación que preside.

Ningún tinerfeño podría resistir la sana tentación de hablar, en voz alta, de un argumento tan atractivo como cl Cristo que alentó la fe de nuestros mayores.

Ningún isleño renunciaría a la identificación pública con un signo ético, radiante e indiscutido, que sobrepasa cualquier posición y circunstancia.

Ningún canario despreciaría la oportunidad de afirmar pública y solemnemente los lazos firmes e invisibles que avalan nuestra unidad espiritual.

Ningún ciudadano responsable ignoraría el mensaje de conciliación que encarna el Crucificado, cuando el mundo enseña, sin pausa y pudor, los salvajes anacronismos totalitarios que se sirven del terror y la violencia para imponer credos, intransigencias e intereses; las desastres de las guerras, las marchas de desterrados por el miedo y el hambre; el eterno drama de la supervivencia que, con terrible asiduidad, siembra nuestras costas de muertos inocentes.

Los problemas sociales y los conflictos políticos de nuestra época exigen acciones conjuntas, decididas y de alcance generoso; imbuidas de las reglas democráticas y de las virtudes civiles del diálogo y la tolerancia; bajo el imperio de la ley y con el limpio propósito de alcanzar la libertad, la autonomía, la igualdad, la justicia y la solidaridad que reclama una gran parte de los habitantes del planeta.

Hoy como ayer, la imagen del Crucificado de San Francisco es una razón que anima la aventura diaria de sus devotos, de los vecinos de un término que -de la cumbre a la mar, de la agricultura de subsistencia a los servicios- representa y resume todos los cuadros estados y estilos de Tenerife.

Con la piadosa imagen entramos en el territorio mental de los recuerdos de infancia y juventud, de las emociones diarias y del inventario de la memoria sobre la que se construye la personalidad propia y la de nuestro pueblo.

Solos o en compañía, pública o discretamente, de grandes o de chicos, todos hemos acudido alguna vez al Real Santuario para contar y compartir preocupaciones y esperanzas.

Todos, en nuestro particular idioma, en horas felices o desgraciadas, hemos pedido ayuda al Señor de dulce majestad y paciencia sin importar, como dice la copla, que no mueva sus labios, porque su diálogo se construye con los signos del sentimiento más que con los del lenguaje.

Desde sus primeros años de culto, al Cristo de La Laguna se le asignaron intervenciones extaordinarias ante peticiones personales y rogativas públicas, gracias y consuelos para liberar los corazones afligidos en la enfermedad y el infortunio; gracias y consuceos para aliviar a las multitudes castigadas por plagas, hambrunas, pandemias y calamidades.

Su mayor prodigio, con todo, ha sido conducir la fe individual hacia un horizonte general de sentimientos, y remontar la carrera de los siglos con un mensaje común para el hombre solo y el pueblo innumerable; para cada uno y para todos.

Desde ese ámbito portentoso donde el pueblo siente, reza y canta con una sola voz, el Cristo de todos emerge como una enseña ambivalente del credo cristiano, de la historia y los principios civicos.

A su facultad integradora y a su trascendencia espiritual une el Santísimo Cristo su condición de excelsa pieza de arte. La obra maestra es una variedad humana del milagro, porque significa, tras la búsqueda apasionada de la belleza, el encuentro del ideal.

En su carácter de obra maestra, Nuestro Cristo de La Laguna será protagonista central de una exposición que resume los logros estéticos de las Bellas Artes en el siglo XVI.

Promovida por el Ayuntamiento, CajaCanarias y la Consejería de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, esta ambiciosa muestra, titulada LUMEN CANARIENSIS, divulgará una parte selecta de nuestro patrimonio en pie de igualdad con obras de primer nivel cedidas por museos e instituciones europeas; y unirá, estoy seguro, el nombre de La Laguna, y de Canarias, al circuito de las grandes exposiciones internacionales que tendrían aquí sedes idóneas y espectadores sensibles.

El Cristo de La Laguna, Lumen Canariensis, es la luz poderosa, proyectada desde hace siglos a todo el Archipiélago, y que alumbra nuestros variados orígenes y la vitalidad y riqueza del mestizaje.

Nuestro nacimiento como pueblo autónomo; y nuestra conquistada unión frente a la geografía, frente a los pleitos y cuitas puntuales.

En las solemnes vísperas que pregonamos, le pedimos también que ilumine nuestro irreversible destino común; porque en un mundo globalizado y homogéneo no es posible otra acción que la suma de voluntades y esfuerzos para ser más y sobre todo, para ser dueños de nuestra memoria y nuestro destino; para ser siempre nosotros.

Santísimo Cristo de La Laguna:

Nosotros, tus fieles y amigos de Tenerife, de Canarias y de todos los rincones de la emigración isleña, te pedimos que, como ayer y hoy. derrames siempre tu inspiración y tu clemencia sobre estas tierras y estas gentes, que nunca dejarán de mostrar sus gratitudes y cantar tus glorias.

Gracias. Muchas gracias