“ABRID PASO A JESÚS NAZARENO CONDENADO A MUERTE DE CRUZ”

El pregonero de este año no es experto, ni en arte, ni en historia, sólo es creyente. Por eso, desde mi condición de creyente, desde mi única realidad pecadora y desde mi identidad de sacerdote, en este pregón, quiero pregonar la Semana Santa que ha acontecido a 5.500 km de aquí, en la tres veces Santa Ciudad de Jerusalén que es origen de todas las Semanas Santas de La Laguna y del Mundo.

Quiero que todos ustedes vengan ahora, conmigo, a ese lugar de la tierra considerado ombligo del mundo, no porque sea el centro del planeta, sino por ser el centro de tantas civilizaciones y el lugar escogido por el Divino Hacedor para manifestar su Poder Salvador a favor del género humano.

Sí, ¡vengan conmigo a Galilea y a Judea!, a esa tierra donde se ve más de lo que se ve, se oye más de lo que se oye, se toca más de lo que se toca y se entra en otra dimensión diferente a las dimensiones en las que estamos habituados a movernos.

Esa tierra es mi segunda casa.- Allí yo he conocido más y más a ese personaje del que esta noche voy a hacer el pregón. Allí, Él me encontró en mi calle “descalzo, sucio y aterido…”, allí Él me ofreció su albergue y me ayudó a ser hombre. Allí desheló mis miembros y me enseñó a ser cura, y aplacó mi sed y me llamó a seguirle: (Emeterio Gutiérrez Arvelo) ¡Palestina es el quinto evangelio!

Desde esta mi condición y como fruto de esta experiencia, que tanto agradezco en mi vida, por haber conocido y vivido el mensaje de estos singulares y únicos lugares, quiero entonces ser esta noche pregonero de aquel niño que, nacido en una diminuta aldea del sur de Palestina, creció en familia y trabajó en familia; un día comenzó a recorrer pueblos y aldeas anunciando palabras nuevas y palabras buenas y denunciando la opresión, la injusticia, la mentira, el chantaje, la tiranía, la muerte y todo poder absolutista que aplastaba a pueblos hambrientos, sedientos, enfermos y excluidos; “Recorría comarcas curando toda dolencia y haciendo el bien, dando de comer al hambriento y prometiendo pan de vida eterna “(Mc. 1, V.14 – Jn 6).

En la Sinagoga, todos tenían los ojos fijos en Él (Lucas 4,20) y su fama se extendía por todas las regiones (Lucas 4,16). Su lenguaje era diferente al lenguaje de los hombres de su tiempo y los poderes religiosos de aquel judaísmo, y las intrigas de los políticos de Roma y las influencias de los poderosos de aquella sociedad decidieron matarlo. Él daba nacimiento a una nueva sociedad donde los más débiles importaban mucho, los más desfavorecidos eran defendidos, los más pecadores eran rehabilitados y los más abatidos eran levantados. Todo ello ponía en peligro los poderes establecidos.

Aquel hombre era un peligro. ! ! Reo es de muerte!, ¡Reo es de muerte!. Fue el grito unánime de “santos sacerdotes” y de aduladores políticos de Roma y comenzó el pregón de la primera Semana Santa de la Era Cristiana.

Mes de Nizán del año 33 aproximadamente, así gritó el pregonero, posiblemente centurión romano: “Abrid paso a Jesús Nazareno condenado a muerte de cruz”. El reo avanzaba por una calle estrecha, empinada y tortuosa (calle que hoy los Cristianos llamamos Vía Dolorosa). Abarrotada de unos que saltaban de gozo, de otros que reían, aplaudían, insultaban y algunos, como no, lloraban y la comitiva subía a un montículo maldito: Gólgota.

De ahí que hable esta noche de lo que realmente allí aconteció y que ahora vamos a conmemorar en La Laguna: el mensaje comprometido  de aquel que, hasta para los más agnósticos, dividió definitivamente la historia en un antes y un después. De aquel que nos donó un mensaje insuperado hasta hoy, una ética, un comportamiento moral cimentado sobre dos pilares esenciales: la bondad y el amor, cuya dimensión ha sido y es trascendental.

Conmemoramos en esta semana que se acerca, tres ideas encadenadas como en el más sublime silogismo: la cultura del amor, la renuncia, por ello, a lo más valioso (la propia vida entregada en plena juventud) y como consecuencia, el triunfo de la luz sobre la oscuridad, de lo perenne sobre lo perecedero, de la palabra sobre el tiempo, de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el mal.

Es cierto que, el mensaje de la Semana Santa no podía pasar nunca por el mundo cristiano sin dejar, además de la huella espiritual, un testimonio cultural íntimamente ligado a aquella. Me estoy refiriendo a la Liturgia de los Oficios Religiosos y a toda la apoyatura sensible que la conforma y arropa.

Son los bellos textos literarios de los Libros Sagrados; es la música inefable con la que tantos y tantos  valiosos artistas compositores los sublimaron; son los grabados y pinturas con los que una pléyade inacabable de artistas plásticos ilustraron la Pasión de Cristo para su mejor comprensión y conocimiento; son las imágenes, en el arte más o menos apasionado de los escultores, como la forma más realista y esplendorosa orfebrería de cruces, custodias, ciriales, tronos, peanas, etc. y los asombrosos bordados que cuajan las selectas telas; y son, finalmente, las incontables, por numerosas, tradiciones locales.

Todo ello ha configurado un inmenso Patrimonio Cultural cuyo solo estudio o siquiera contemplación justificaría, en estos días, la atención de cualquier ciudadano sensible.

En los pueblos de nuestras islas y entre ellos, de manera muy singular, en La Laguna, las celebraciones de Semana Santa han cobrado tal importancia que constituyen uno de los pilares litúrgicos e iconográficos más significativos de las prácticas culturales y cultuales, destacando, sobre manera, esas manifestaciones externas que son las procesiones, por su variedad, cantidad e intensidad.

Pero yo no sé, no puedo, ni quiero, hacer un pregón desde la perspectiva en la que tendría que referirme a las hermosas tallas de vuestros Cristos e impresionantes Vírgenes.

Quiero referirme, sólo y exclusivamente, en este primer decenio del Nuevo Milenio, a lo que estas imágenes quieren trasmitir.

Acabó aquella Semana Santa y  distintos Imperios quisieron borrar la memoria de lo que allí había sucedido y en los lugares de la Muerte y de la Resurrección se construyeron templos paganos, pero en el siglo IV se recuperó la memoria y llegó entonces a aquella tierra una virgen española llamada Egeria  que, al contemplar la ciudad del drama, dijo: “Lo que aquí aconteció nunca más se borrará de la memoria de los humanos”, y sentándose al pie de la roca del Calvario expresó otro de sus bellos pensamientos:”Vengan de todos los confines del mundo a contemplar al que aquí crucificaron; de Él sale sangre que da vida eterna”!.

Benedicto XVI en el mensaje cuaresmal para este año nos invita a “mirar al que traspasaron”.

Vuelven a empeñarse, otros imperios, en lanzar, al barranco del olvido al que fue crucificado. La Europa Cristiana de los siglos XI y XII, con aciertos y errores, vuelve a encontrar las raíces de aquel acontecimiento y llegó  entonces a Jerusalén un peregrino anónimo, de Burdeos, y asomándose  a la loza vacía de un sepulcro escribió: “Desde ahora los humanos no nos vamos a entender sin captar lo que de aquí un día salió”.

La historia marcha y, de nuevo, el mundo choca con aquel signo, maldito para unos y bendito para otros: La Cruz Redentora. Y en el siglo XVII un monje canario llamado Adriano recorrió la Vía Dolorosa con una tosca y dura cruz  acuestas y decía: “Sólo desde esta cruz podemos enmendar la Historia”.

Cuatro de enero de 1964, por vez primera, desde los primeros años de la Era Cristiana, entraba en el Santo Sepulcro un Papa después de Pedro, Pablo VI, cayendo de rodillas sobre la roca del calvario dijo. “Aquí tu muerte fue  la expresión, fue la medida de los pecados humanos, fue el holocausto del más grande de los heroísmo, fue el precio ofrecido a la justicia divina, fue la prueba del amor supremo”.

“Aquí libraron combate la vida y la muerte, aquí lograste la victoria y comenzó la nueva Humanidad de la vida”.

“Aquí venimos como los culpables vuelven al lugar de su delito porque tu eres nuestra redención, tu eres nuestra esperanza”.

Treinta y seis años mas tarde, el 26 de marzo de 2000, el recordado Juan Pablo II entraba en la anástasis de Jerusalén y lleno de emoción dijo: “en este lugar, donde se dió a conocer la Resurrección. como indigno sucesor de Pedro, deseo repetir estas palabras en el lugar más Santo de la tierra. Con toda la humanidad redimida hago mías las palabras que Pedro, el pescador, dirigió a Cristo, el Hijo de Dios vivo: “Señor, ¿a quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

“Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”

Pregono, con toda la fuerza de mi pobre fe y con profunda y certeza que Él solo tiene palabras de vida eterna, que la Semana Santa del año 2007 es válida si se abre paso a Jesús Nazareno, redentor del mundo, centro del Cosmos y de la Historia.

Proclamo que todo esto no será un montaje más, ni una simple expresión cultural, si a Él se vuelve el pensamiento y el corazón de la gente de nuestras tierras, en esta hora solemne que está viviendo la Iglesia Católica y la entera familia humana contemporánea (confrontar Juan Pablo II – Redentor Hominis I).

El mismo Papa afirma que: ” Jesucristo es el nuevo comienzo de todo, todo en Él converge, es acogido y restituido al Creador de quien procede. De este modo, Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación”. (R.H.)

Este es, señoras y señores, el palpitante y actualizado pregón que encierra las celebraciones de nuestra lagunera Semana Santa, esta es la novedad que deben entrañar nuestras procesiones y deben vivir nuestros cofrades y nuestro pueblo cristiano.

El veinticuatro de abril de 2005, cuando Benedicto XVI tomaba posesión de la Cátedra de Roma como sucesor de Pedro afirmaba: ” El hombre encuentra espacio en Dios; el ser humano ha sido introducido por Cristo en la vida misma de Dios… en  Jesús Dios se nos ha dado totalmente asimismo, nos lo ha dado todo”.

El 4 de septiembre de 2005, cuando Don Bernardo Álvarez, tomaba posesión como Obispo Nivariense, nos decía: “Jesús se había marchado de su pueblo y llevaba ya algún tiempo, recorriendo las aldeas y poblaciones de Palestina, predicando el evangelio y haciendo milagros. Todo eso le iba dando una cierta fama, no es de extrañar, por tanto, que al volver a su pueblo, donde lo conocían desde pequeño y donde ya tenían noticia de las cosas que hacía, a la gente le pique la curiosidad y “todos estén pendientes de él” y de lo que les va a decir”. Si, mis amigos, ha llegado la hora de estar pendientes de Él y de lo que Él nos va a decir.

Por y para ello: “Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”

El 16 de abril, de un año después,  en su primer mensaje pascual al mundo el Papa Benedicto proclamaba: “Se han encendido innumerables cirios para simbolizar la luz de Cristo que  han iluminado e ilumina a la humanidad, venciendo para siempre las tinieblas del pecado y del mal… desde aquella mañana  resuena en el universo estas luces como anuncio perenne e impregnado de infinitos y siempre nuevos ecos que atraviesan los siglos y que invitan a vivir en esta época, marcada por la inquietud e incertidumbre el acontecimiento de la Resurrección  que ha cambiado el rostro de nuestra vida,  ha cambiado la historia de la Humanidad”.

Es urgente ahora y aquí este anuncio:

“Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”

No entenderemos la Semana Santa que va a comenzar sin volver la mirada al Calvario y al Sepulcro de Jerusalén. Desde allí, la teología nos abre a la profundidad insondable de Dios, nos entrega el sentido más profundo y la densidad última de la vida humana, desde allí podemos comprender que las causas de los males que afectan al hombre contemporáneo no hay que buscarlas fuera de él, sino en su misma interioridad. Ya afirmó el Concilio Vaticano II: ” Los desequilibrios que agitan al mundo moderno están ligados a un desequilibrio más fundamental que tiene su raíz en el corazón del hombre”.

La Pascua que vamos a celebrar se remonta, a partir de estos interrogantes, a las eternas cuestiones del hombre y nos invita a vivenciar, hondamente, en nuestra espiritualidad aquel especie de credo que proclamó el Vaticano II en uno de sus documentos: “La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por todos, ofrece al hombre luz y fuerza para responder a su vocación”

El pasado 20 de febrero, casi cien peregrinos de nuestra Iglesia Diocesana, rezábamos en Getsemanít. Un joven sacerdote de la expedición presidía la Eucaristía y, arrodillándose sobre la roca de la agonía, lloró y nos hizo llorar a todos. Comprendí, una vez más, que la clave, el centro y el fin de toda la Historia Humana se encuentra en el Señor y el Maestro que, en aquel lugar, cargó sobre sus hombros la podredumbre del mundo.

Allí nos sentimos abrumados por nuestras miserias, y el centurión nos gritó: “Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”

No sin razón, aquel hombre, tantas veces angustiado, que fue Miguel de Unamuno contemplando el Cristo de Velázquez escribió: 

“Mientras la tierra sueña solitaria

vela la blanca luna; vela el hombre

desde su cruz, mientras los hombres sueñan;

vela el hombre sin sangre, el hombre blanco

como la luna de la noche negra;

vela el hombre que dió toda su sangre

porque la gente sepa que son hombres”.

(Miguel de Unamuno, el Cristo de Velázquez)

No sin razón, en los primeros años de la expansión del cristianismo,  pudo afirmar Pablo de Tarso al nombre de Jesús “toda rodilla se doble y toda lengua proclame Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre”. (Pablo a los Filipenses 2,10).

“Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”, grita el pregonero.

Semana Santa año 2007: “Acuérdate de Jesucristo resucitado de entro los muertos” (2 Tm. 2,8)

Semana Santa del año 2007: “mirad al que atravesaron y mirad a un mundo atravesado”. Nos interesa pregonar que el drama del hombre de todos los tiempos tiene una solución: “Jesucristo regalo de Dios al Mundo”. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna” (Juan 3, 13-17).

Atraído por muchas solicitaciones, hombres y mujeres de nuestras tierras, sienten en sí mismos la división que tantas graves discordias provocan en la sociedad. Una doble tensión hacia el bien y hacia el mal, una continua necesidad de vigilancia y lucha que Pablo expresó con estas palabras: “No hago el bien que quiero si no el mal que no quiero” (Rm 7,19).

Jerusalén año 33: una sociedad religiosa y política corrompida, podrida, mentirosa y chantajista, lujuriosa y vanidosa, opulenta y opresora miraba al que atravesaron. Ciertamente algunos, los menos, se daban golpes de pecho, otros echaron una mano: (Simón de Sirene, la Verónica, mujeres que lloran, la madre con pie firme que estaba junto a la Cruz, el buen ladrón que implora, Magdalena y Juan …) y al final el centurión que grita: “verdaderamente este era el hijo de Dios”, aunque hay que decirle: ¡mentiste centurión!. No era el hijo. ¡Es el hijo de Dios!

El resto, la masa, iba por otros derroteros; sólo importaba comer, reír y lo menos era vivir de verdad; sólo importaba adular a los poderes públicos para  evitar compromisos existenciales.

Semana Santa lagunera del año 2007: No la podemos celebrar, si vestidos de cofrades o de civil, si sentados en nuestras asambleas litúrgicas o desfilando en nuestra maravillosas procesiones, si rezando en nuestros únicos y excepcionales monumentos o acompañando silenciosamente en la noche del Viernes Santo a nuestro Cristo moreno, no nos atrevemos a ir a Jerusalén y a preguntarle, descaradamente, al Reo Divino qué nos exige en esta hora maravillosa y trágica de nuestra historia patria: “¿Qué esperas de nosotros?, ¿Qué quieres que hagamos por tí?”.

Ante las distintas situaciones que hoy afectan a nuestra comunidad social, los Obispos españoles, en su exhortación del 26 de noviembre de 2006 (Orientaciones morales ante la situación actual de España), nos están diciendo, con grito de urgencia, que frente a una reconciliación amenazada, a una difusión de la mentalidad  laicista y ante  un proyecto que tiene como objetivo la negación de Dios  y el de un vivir como si Dios no existiera, proyecto que implica la quiebra “de todo un patrimonio  espiritual y cultural, enraizado en la memoria y la adoración de Jesucristo y,  por tanto, el abandono de valiosas instituciones y tradiciones nacidas y nutridas de esa cultura… pretende construir, artificialmente, una sociedad sin referencias religiosas, exclusivamente terrena, sin culto a Dios ni aspiración ninguna a la vida eterna, fundada, únicamente, en nuestros propios recursos y orientada, casi exclusivamente, hacia el mero goce de los bienes de la tierra” (numero 9 y 13). Qué nos preguntemos:¿Qué esperas de nosotros Cristo desnudo del calvario?

Nos piden los obispos que, superando la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento, nos sintamos obligados a anunciar a todos el Misterio Salvador del que murió y resucitó en Jerusalén para iluminar y colaborar al bien de la sociedad y a la solución de los más hondos problemas de nuestro tiempo. Señores, esto no es una teoría, no es un dicho más, es una exigencia, una praxis que hay que asumir. (Números 23, 24, 26, 27).

La belleza de la Semana Santa que vamos a celebrar no puede impedirnos, de lo contrario seriamos hipócritas y chantajistas, ser conscientes de que la sociedad española contemporánea tiene mucho que ver con la sociedad que mató a Jesús de Nazaret porque tuvo miedo a la palabra revolucionaria  y a los gestos comprometidos que, desde el norte al sur de aquella tierra, fue realizando en favor de los que no tenían gozo y derechos reconocidos. Desde nuestra identidad católica vigorosa, dicen nuestros obispos, hemos de asomarnos a esta sociedad llena de muchas luces pero marcada por sombras de corrupción, de lacras y vicios, de tinieblas y perplejidades, de miseria y pudrimiento.

¡Tantas situaciones regidas desde la institucionalizada mentira!, ¡en tantas dimensiones estamos podridos!, ¡en tantas facetas estamos vacíos! y ¡en tantas situaciones estamos apagados y aturdidos!. Una sociedad que mata a Cristo, lo chantajea y lo ridiculiza y hasta lo erotiza, como  acaba de hacerse en España, es una sociedad alienada y enferma.

Semana Santa lagunera del 2007: toda una llamada para vivir una caridad social, fortaleciendo moralmente la sociedad a la que pertenecemos. Que el desfile de nuestras veneradas imágenes, que la música sacra de nuestras calles y que nuestras propias celebraciones litúrgicas nos lancen a proclamar que “el reconocimiento del Dios vivo, presente en Jesucristo,  es garantía de  humanidad y libertad, fuente de vida y esperanza para quienes se acerquen a Él con humildad y confianza”. La Fe en Dios es como la pequeña  simiente que se convierte en un árbol frondoso y fecundo, como la humilde levadura que fermenta la masa  y la convierte en pan de vida y hogar para los habitantes de la casa” (documento de los obispos 82). ¿Tienen ustedes certeza de esta gran verdad?, ¿Creen ustedes en ésto?.

¡Que proclamemos que la religión no hace daño a nadie!, ¡Que la fe no es integrista!, ¡Que se puede ser moderno y ser de Cristo!, ¡Que queremos ser libres en  nuestras conciencias y en nuestra mente, que tenemos pleno derecho a elegir  la educación moral para nuestros hijos y que podamos exigir que nadie haga  burla o ironía de Nuestro Credo!.

Ante la fuerzas destructoras de nuestra conciencia espiritual y ante  los proyectos de crear mentalidades desarraigadas de nuestra historia milenaria hay que decir, como afirmó Juan Pablo II en su primera encíclica Redentor Hominis: “También hoy después de dos mil años, Cristo nos aparece como aquel que trae la libertad basada sobre la verdad, como aquel que libera al hombre de lo que le limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre , en su corazón y en su conciencia” (Redentor Hominis 12).

Y canta el pregonero: abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz.

Jerusalén y La Laguna: allá el Cristo elevado en alto, allá una tumba vacía, desde allá Pedro, Santiago, Juan, Felipe, recorriendo la tierra conocida, como testigos de la muerte vencida por la Vida. Acá, en las calles de Aguere, cofrades,  simples creyentes, sacerdotes, ciudadanos, responsables públicos, jóvenes, pobres y ricos, con imágenes y cruces de plata y rostros doloridos de vírgenes y cirios encendidos.

Allá, sangre derramada, lucha, fuego, acción, martirio, misericordia, perdón, acogida y ternura. Acá, no al vacío, no a simples ritos que pueden ser sepulcros blanqueados pero llenos de podredumbre, no a gestos ni palabras que induzcan al fariseismo, no a incoherencias ni evasiones, no a cobardías ni simples lamentos.

Acá, en este año y esta hora, solemne profesión de fe y compromiso coherente con esa fe. Acá y ahora, la misma Semana Santa de Jerusalén: la que transforma y nos convierte en transformadores, la que rompe fe acomodaticia, social y cultural, la que nos implica y nos complica en la tarea de defender una identidad cuando otros la quieren matar.

Óigase, pues, en el marco de las grandes celebraciones de las próximas semanas, una profesión de Fe como la que dejó escrita el poeta Martín Descalzo en bellos versos:

“En medio de la sombra y de la herida

me preguntan si creo en tí y digo

que tengo todo cuando estoy contigo:

el sol, la luz, la paz, el bien, la vida …

Que sin tí la vida es muerte repetida

y contigo la vida es sangre ardida …

Vieja y nueva ciudad de Aguere, las campanas tocan a la Semana Santa, levanta tu mirada a la emblemática  torre de nuestra Sede Catedralicia y canta el himno que rezaremos en los laudes del Domingo de Ramos:

El pueblo que fue cautivo

y que tu mano libera

no encuentra mayor palmera

ni abunda en mejor olivo.

Viene con aire festivo

para enramar tu victoria,

y no te ha visto en su historia,

Dios de Israel, más cercano:

ni tu poder más a mano

ni mas humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!

gritad: ¡hosanna! y haceos

como los niños hebreos

al paso del Redentor

¡gloria y honor al que viene

en el nombre del señor! …

Termino, señoras y señores, se que he abusado de su paciencia, he sido muy largo, disculpen  pero sobre todo soy consciente de que este no es el pregón que esperaban los cofrades y laguneros en este año. ¡Perdónenme!. Confieso que no sé ni he querido hacerlo de otra manera.

Hoy, hace un año que ingrese en un centro sanitario y allí  viví mi propia Pasión debido a una grave enfermedad. Esto supuso para mí una Semana Santa diferente y pude redescubrir que sólo se cree o no se cree, que Jesús enamora o frustra y humildemente hice mía la experiencia de  Pablo: “A nada le concedo valor si lo comparo con el Bien Supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor… y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a Él” (Filipenses 3,8) (ese es ahora mi compromiso a pesar de mis pecados viejos y nuevos).

Vayan a ver al que atravesaron y oigan lo que dijo: “Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12).

“Abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”

La Semana Santa hace 1.974 años ha comenzado y no ha terminado.

Vengan ahora a Jerusalén y oigan el pregón: “abrid paso a Jesús Nazareno, condenado a muerte de cruz”.

Vayan a ver al que, en cierta manera, todos asesinamos, pues como dice el  poeta” “Gemid humanos, todos en él pusisteis vuestras manos”, y que ahora nos está diciendo: “He venido para que tengan vida  y la tengan en abundancia” (Evangelio Juan 10,10).

He terminado. Muchas gracias por vuestra maravillosa atención.

 

Julián de Armas Rodríguez