D. Matías Díaz Padrón 

Excma. Sra. Alcaldesa, Señoras, Señores,

Gracias por la invitación a este acto en este salón de la Casa Consistorial, tan unido a la vida de La Laguna, ciudad asida a lo más profundo de la historia del archipiélago, bajo la protección del Cristo de la Laguna: una impresionante imagen de la muerte y agonía del hijo de Dios en el Gólgota. Llegó de lejos por voluntad y fervor del Adelantado Alonso Fernández de Lugo. Él nos legó este Cristo en la Cruz transido de dolor, obra de un escultor nórdico dotado del fervor religioso del ocaso de la Edad Media y del alba del Renacimiento. Si el cincel hubiera sido movido por italianos, la belleza ideal habría disfrazado la verdad del drama; pero fue el implacable realismo del genio de Flandes lo que inflamó de pasión y sentimiento esta imagen. Vino de Amberes en los momentos de mayor poderío imperial de España en el mundo por imperativos de la Conquista. No es extraño que llegara aquí: ningún reino, región, provincia o pueblo de España tuvo tan honda raíz con los Países Bajos, tanto en las rutas comerciales, como en la historia y genes de sus habitantes.

Según los estudios más detenidos de su historia, este Cristo tomó la vía del Mediterráneo hacia Canarias, pasando antes por Italia y Levante, hasta estas islas deseadas por las potencias del mundo conocido. Pero también podría haber llegado a través del Atlántico, costeando Portugal y África, también ruta de los hombres que llegan a las islas en búsqueda de riqueza y poder, ansiados de aventura, prestigio y nobleza.

El mar no fue una limitación para los canarios de la Conquista; al contrario, fue una llanura azul sin horizontes. Los límites están en la tierra de adentro para la España profunda. Las islas eran un enclave puntual del encuentro de tres continentes.

En este Cristo viajero se unen la belleza y la fascinante misión de servir de acción de gracias a un capitán castellano, por agradecimiento de los beneficios que Dios le otorgó en sus aventuras. No fue una transacción de obras importadas a las islas, sino producto resultante del esfuerzo y la selección. No extraña la fantasía y leyenda que envolvió su aparición en La Laguna. Familiar es para mí esta Casa Consistorial, las calles y la Universidad, a la que debo mi formación. Es la razón de estar aquí, y consecuencia de reconocer al pintor del retablo de la antigua iglesia de Los Remedios, hoy catedral.

Desde la calle de la Carrera cruzábamos unas manzanas hasta el Paseo Largo, pasando por la Plaza del Cristo de La Laguna. Muchos lo recordamos al pasar frente al convento franciscano de San Miguel. Era en aquel Paseo Largo donde repasábamos las lecciones, siguiendo el ejemplo de los peripatéticos. El Cristo estaba más presente aún en fechas de exámenes, para pedirle intercediera en la conciencia de aquellos inolvidables profesores, D. Juan Álvarez, Barcell, Serra Ráfols, Pidal, Arnáez y Ruiloba, por citar los más “despiadados” en aquella facultad que nos tocó vivir. A ellos debemos lo que somos y cómo pensamos.

Al proponerme la Sra. Alcaldesa el pregón de las festividades del Cristo de este año, estaba en su ánimo divulgar la autoría del retablo de Mazuelos. Espero que al Cristo de La Laguna, motivo de esta fiesta, no le importe ceder por unos momentos el protagonismo a su madre, pues parte de los episodios de su vida continúan narrados en las tablas del Retablo de la Virgen de los Remedios, a pocas manzanas del Monasterio de San Miguel. La Catedral de los Remedios le prestó refugio en momentos de deterioro y desdicha en el siglo XIX y la desamortización de Mendizábal. Siempre gozó el Cristo de más prebendas por parte de los ricos indianos, que lo llevaron en su corazón.

Las tablas del Retablo de Mazuelos están hoy en la de la Catedral, pero la predela con el retrato del donante, el frontón, las cumbreras y la mazonería original, pasaron en fechas más recientes a la Iglesia de la Concepción. Frente a su fachada tomaba yo la guagua todos los días, camino a los Naranjeros, donde vivía con mi tía y primos. Quién me iba a decir que años después vería estos restos desechados en el coro de la iglesia. Las piezas del retablo auténtico, traído de Flandes, se utilizaron en nuevos retablos acoplados en la misma iglesia.

La calidad y la historia externa del retablo son bien conocidas por los historiadores y cronistas de la ciudad, pero su autor ha estado siempre en el anonimato y la incertidumbre. Cuando propuse el nom- bre de Hendrick van Balen (en ponencia de la Real Academia de Arqueología y Bellas Artes de Bélgica (Europalia 85) y Congreso de Viena), intencionadamente proyecté el brazo de la escuela flamenca en España más allá del sur de la península y de América Latina, con paso obligado en las Islas Canarias. Para nosotros esto es bien conocido, pero no tanto por el Comité científico de la importante conmemoración de Europalia 85. Les advertí de la dimensión del encuentro de Flandes con estas rocas frente al continente africano: un viaje al archipiélago les convenció de que la presencia del arte flamenco aquí, en una escala más allá de la lógica previsible.

A nuestras islas llegaron retablos de Joos van Cleve, Peter Coeck y Pierre Pourbus, los pintores más mimados por Francisco I, Enrique VIII y Carlos V: es fantástico. A esto se unió el retablo de nuestra catedral: el conjunto más ambicioso de Hendrick van Balen, pintor de cámara de los soberanos de los Países Bajos, el príncipe Alberto y la infanta Isabel Clara Eugenia, la hija idolatrada de Felipe II. Así lo encontramos en la visita de los archiduques a la prodigiosa colección de Cornelis van der Gheest, con los más destacados nobles de Flandes, Spinola y Rockox, y los mejores pintores, como Rubens y Van Dyck. Van Balen se encuentra en el lado derecho del salón, de perfil, con Frans Snyders y Jan Wildens, contemplando un globo terráqueo.

Pues bien, este pintor tan ligado a los Austrias, tuvo por cliente a un capitán de La Laguna, Don Pedro Alonso Mazuelos, que encargó el retablo de la Virgen de los Remedios al pintor, antes de sus servicios en la corte de los archiduques y de tantos otros encargos para la catedral y las más bellas iglesias y conventos de Amberes. Mazuelos encargó una obra de mayores dimensiones que lo localizado en los palacios de la nobleza de Flandes. En las iglesias de Amberes nuestro pintor compartió espacios afines a Rubens, Van Dyck, Jordaens y los más prestigiosos pintores del Siglo de Oro del arte flamenco.

Fueron las barricas de Malvasía de Tacoronte lo que sirvió para pagar su coste, por espacio de cinco o seis años. De hecho, la cartela que lleva la Virgen reproduce un versículo de Isaías que alude al vino. El nombre del donante, Mazuelos, figura en la tabla de la Visitación, con la fecha de 1595.

Con incontables esfuerzos apremiaron los familiares del capitán los trabajos de este retablo para el altar mayor de la iglesia. Es una obra acorde con la piedad del pueblo y los sentimientos devotos del donante. Los altercados y peripecias de su llegada son muchos y están sembrados en los documentos transcritos. A lo largo de la correspondencia se ve revivir la impaciencia de sus descendientes y el obispo de la diócesis. Tal esmero explica el reclamo de un calificado ensamblador de Amberes, para acoplar las tablas en la mazonería del retablo. Pero esta estructura se desmontó en el siglo XVIII, acoplándose las seis tablas narrativas y la central con la Virgen, en el actual retablo Rococó. Antes de este desdichado reemplazo, Núñez de la Peña vio el retablo original a mediados del siglo XVII: “El retablo de la Capilla Mayor es pintura hecha en el Norte y en tabla, con los misterios de la Encarnación, hasta la subida a los cielos, cada cuadro de él está valorado por inminentes pintores en cuatrocientos ducados cada uno, y otros lo han puesto en más, es de lo mejor de España, en el está colocada la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, es de tamaño natural y hermosísima”. Es un precioso testimonio.

De la belleza de las pinturas hablan con admiración viajeros, cronistas de aquí, foráneos y estudiosos. La historia externa es bien conocida en los documentos transcritos con fidelidad por Tarquis, pero su autoría sólo asoma con tímidas propuestas.

Los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, y también de las otras, teníamos más que suficiente capacidad para admirar estas tablas. Teníamos noticias de la atribución a Martin de Vos, con reservas, por Don Javier Sánchez Cantón (de quien fui con los años ayudante en el Museo del Prado), opinión seguida por Hernández Pereda y la mayor parte de los estudiosos del retablo. El profesor Tarquis había propuesto el nombre de Cornelis Janssens van Ceulen, mientras que el Marqués de Lozoya respondió con el silencio a la petición del obispo Albino. Ciuranescu lamentó siempre las sombras de su autoría. Pero juzgó con acierto y sensibilidad su calidad: “todas estas pinturas -escribeson de un mérito excepcional y es de lamentar que no hayan sido objeto de un estudio más detenido que quizá podría revelarnos el nombre de su autor hasta ahora desconocido. La corrección del dibujo, la suavidad de los colores, el ritmo pictórico, la diafanidad de los matices, todo concurre a hacer de ellas una obra artística de imaginable calidad”. También lo lamenta el profesor Trujillo, que vio la obra del patrimonio de nuestras islas que mayor tinta había derramado sin resultados positivos.

Fue más tarde, con ocasión a un ciclo de Conferencias en la Universidad de La Laguna, cuando mi colega y amigo Martínez de la Peña me invitó a visitar el retablo en capilla de la epístola de la Catedral.

No fue difícil para mí reconocer la mano de Hendrick van Balen. Se trataba de un pintor poco estu- diado por entonces; pero años atrás había identificado varias de sus pinturas en museos y colecciones en Europa y América Latina. Tuvo especial repercusión la identificación de la Batalla de la Goleta con Don Álvaro de Bazán del Museo y Academia de San Carlos de México. Es un lienzo de gran tamaño procedente de la Catedral del siglo XVII. Había sido objeto de atribuciones desacertadas. La última a Tiziano, lo que suscitó una encendida polémica. La Academia de Méjico pidió arbitrio a Don Diego Angulo y al Marqués de Lozoya en Madrid, que “me pasaron la papeleta” -perdonen lo coloquial de la expresión- allá por los años sesenta (1964). La conclusión se publicó con detalle en el Archivo de Arte Español del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El hallazgo del dibujo preparatorio firmado cerró la polémica.

La reciente monografía del pintor, de Bettina Werche, recoge este hallazgo y otros en la Ambrosiana de Milán, Palacio Pitti, Universidad de Gottinga, colecciones Hastveld de Nueva York y duques de Sutterland, Hotel Reconquista, Museo del Prado y otras colecciones de Madrid y Barcelona. El retablo que nos ocupa no figura en la monografía por no coincidir con las fechas de las ponencias aludidas.

A todo esto, no deja de sorprender que el lienzo de Méjico citado y el de La Laguna sean las obras de mayor tamaño de Hendrick van Balen, más proclive a pinturas de pequeño formato de exquisita ejecución en el estrecho círculo elitista de Flandes. Así lo veían los preceptistas de la época. Pero nosotros lo vemos proyectado ahora en un triángulo de imprevisible alcance con vértices en Amberes, La Laguna y Méjico. Las obras de Rubens, Van Dyck y Jordaens no pasaron, sin embargo, más allá del Atlántico. También esto es sorprendente.

Desde el lado flamenco no hallamos hasta ahora noticias del encargo de Mazuelos. Todo lo conocemos por los registros de La Laguna. Es la técnica la que habla con elocuencia de su personal estilo, opuesto  a sus más próximos colegas arrastrados por Rubens. Van Balen continuó fiel al romanismo idealista, dulce y bello, con ecos del Renacimiento. Estudió con Adam van Noort, igual que Rubens. Así que fueron condiscípulos, pero Van Balen no sucumbió al abismo ardiente de Rubens. Exquisito, lento, sutil y delicado, Van Balen dio la espalda al movimiento agitado de las formas, la fealdad y el drama, así como a la evolución en el tiempo.

Tuvo un encargo temprano de un pueblo en la crisálida de la vida, por un capitán, Don Pedro Alonso Mazuelos, que dispuso en cláusula testamentaria en el 12 de octubre de 1597 lo que sigue: “...digo e declaro que yo e mandado haser en Flandes un retablo grande, para el altar mayor de dicha Yglesia de Nuestra Señora de los Remedios, el qual espero se me inbiará en los primeros navíos que de Flandes vinyeren; mando y es mi voluntad que el dicho retablo luego sea venido se ponga en el dicho altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, para que en el se me digan las dichas quatro misas resadas en cada semana perpetuamente para siempre jamás, porque con esta condición dejo e hago donación del dicho retablo a la dicha iglesia (La Laguna)...”

Mazuelos no vivió para ver el retablo en el altar mayor de la iglesia de Los Remedios. La correspon- dencia es testimonio elocuente de las ansias de acelerar el trabajo. Finalmente llegó al Puerto de Santa Cruz en 1615-16, tras la carta de pago el 9 de marzo de 1614.

Al fin los laguneros pudieron contemplar este espléndido retablo en la iglesia ampliada y enriquecida por las donaciones de los fieles. Todas las naves eran “ tan largas y anchas (...) que pueden competir con cualquier catedral de España”. Así la vio Núñez de la Peña, en 1676, valorando cada tabla en 400 ducados, que equivalen a 4400 reales, tasación idéntica a cada tabla de la serie de los Triunfos de la Eucaristía de Rubens que poseyó el marqués de Liche, regaladas luego al rey de España y hoy conservadas en el Museo del Prado.

Recordemos que la capilla mayor de Los Remedios fue construida en 1606 con idea de adosar el retablo, colocado en 1618 con el nombre del donante. Pero, como dije anteriormente, fueron arrancadas de su mazonería original en 1715 para adaptarlas al actual retablo. Intervención que lamentó Moure al visitar la iglesia en 1935.

Hablando de sociedad y economía en las islas, recuerdo la sorpresa del profesor Tamames al escuchar los pormenores de este encargo. Pensaba en una importación por vía de intercambio. Era insólito un proyecto tan directo a un pintor de tal renombre por el imponente coste y reconocimiento de su genio en las circunstancias adversas de las guerras de conquista.

Pero el retablo de Mazuelos no es un milagro para quienes conocen la historia de nuestras islas. Aunque lejos de la Corona y abandonadas a veces frente a un continente de signo distinto, Canarias atesoró lo más preclaro del viejo continente.

Estamos a finales del siglo XVI, en el archipiélago más deseado del Atlántico, poblado por castellanos, franceses, genoveses, portugueses y flamencos, en casi igual proporción. Esto forja una singularidad de estilo de vida tolerante, irónico y discreto, con anhelos positivos a miles de millas de Europa. Algunas de estas joyas conservamos, a pesar de los pesares. Ojalá no las perdamos del todo.

Hace apenas dos veranos, saliendo del centro de Investigación de la Biblioteca Nacional de Amberes en compañía de mi sobrina y colaboradora, Jahel Sanzsalazar, fui sorprendido por dos periodistas del prestigioso diario belga “De Standaard”. Íbamos a tomar algunas notas sobre el Ciclo de los Misterios del Rosario, en la Iglesia de San Pablo, en el que Van Balen participó veinte años después del retablo de La Laguna. Aquí colaboró con Rubens, Van Dyck, Jordaens y los pintores de Amberes más afamados.

No podíamos perder tiempo en una entrevista formal, y los reporteros, muy interesados por el trabajo de unos canarios sobre temas tan suyos, nos siguieron por las calles que conducían a esta iglesia y a la de Saint-Jacques.

Al entrar en San Pablo señalé, en la nave lateral, el primero de los lienzos del ciclo, con la Anunciación es de Hendrik van Balen, avisando de la existencia de otra obra más importante en nuestras islas. Para ellos, las Canarias eran sólo un lugar veraniego, en competencia con Acapulco y Miami. Es de suponer su sorpresa cuando les desvelamos los fuertes vínculos con lo más hondo de su cultura. No es una fantasía: en aquellas calles y en aquellas iglesias debieron pisar no pocos canarios, y muchos flamencos de regreso de las islas. Con entusiasmo anotaron los periodistas nuestros comentarios, pues era para ellos una primicia de simpática divulgación e insólita para el gran público.

La iglesia de San Pablo de Amberes conserva la misma distribución y diseño que tenía en el siglo XVII. Tal como vemos en la pintura de Pieter Neefs el Viejo (1636). Se ve, en primer lugar, la Visitación de Hendrik van Balen, cuadro por el que recibió el más elevado precio, por encima de Rubens, Jordaens y Van Dyck en este ciclo Los Misterios del Rosario. Esto habla suficientemente de la estima del pintor de nuestro retablo de La Laguna.

Después de la visita a San Pablo cruzamos las calles en dirección a Saint-Jacques, tan imponente como la catedral. En el centro de la girola está el sepulcro de Rubens con el retablo de la Virgen con Santos de su mano, y un epitafio alusivo a la gloria de su vida bajo la protección del rey de España. Siguiendo hacia las capillas laterales, otra capilla de similar tamaño y empaque acoge el tríptico de la Adoración de lo Magos de Van Balen. En frente está una magnífica Trinidad, también de su mano y un sepulcro de exquisita belleza en mármol y bronce esculpido por Colyns de Nole, con la Resurrección, pintada también por Van Balen, y coronada por su retrato y el de su mujer, con la siguiente inscripción: “a la gloria de una vida íntegra, al pintor excelente, a Hendrick van Balen del que admirarán todos los tiempos sus pinceles”.

El retablo llegó recorriendo en carros de sólidos embalajes estas mismas calles, en armónica cuadrícula, de la villa de La Laguna. Es el ideal de ciudad de la Utopía de Tomás Moro que se exportó a Nueva España, por fortuna conservada como ejemplo de armonía del hombre y la naturaleza. Las casas y mansiones siguen estando valoradas en su espacio vital, a distancia de tanta destrucción en nombre de un progreso alienante. El esfuerzo de la ciudad de La Laguna en preservar su Patrimonio está en consonancia física y vivencial con tantas ciudades y pueblos de los Países Bajos, que atesoran todo su pasado a pesar de su imponente progreso técnico e industrial. Precisamente por esto son modernos. El lujo está en salvar el tesoro de su historia que pocos pueden lucir con tal magnificencia y autenticidad.

El legado de Mazuelos es testimonio de la exquisitez y buen gusto de nuestros antepasados. Abundantes pinturas de excepcional calidad llegaron en los siglos XVI e inicios del XVII. Esto no puede explicarse por el poderío económico por sí solo: es la consecuencia lógica de una sociedad de nobles hidalgos con cultura y sensibilidad estética. No conozco exista un ejemplo en tal medida en otro lugar del inmenso imperio español en ultramar, de los Andes al Pacífico.

Quizá la lejanía de las costas salvó el retablo del ataque de tantos piratas que asolaron nuestras islas en aquellos lustros. Me estremece pensar que lo saqueado y perdido fuera de la misma calidad y belleza que lo que hasta ahora ha llegado a nosotros, tan nuestro como de sus mismos artífices. Son parte íntima de los adelantados y próceres donantes canarios que impusieron su ilusión, su voluntad, su función, su fe y sus consignas.